lunes, 6 de julio de 2009

Tomaré la decisión

Cómo pudo pasarme esto, justo cuando todo marchaba sobre ruedas, maldita sea la hora en que a la tarada de la cajera se le ocurrió tocar la alarma, no podía simplemente llenar mi portafolios con los billetes, total ni siquiera eran suyos.

Viernes por la mañana, como siempre, me levanté a las 530, fui con Rocko a correr nuestros reglamentarios 5 kilómetros diarios, Rocko es un excelente golden, que le compré a un canadiense, a quien su esposa, desde luego mexicana, echó de su casa cuando adquirió aquel espléndido ejemplar, recuerdo que lo contacté en la rivera de San Cosme, frente a la zona de zapaterías, estaba comiéndose una hamburguesa en un puesto callejero, mientras el perro permanecía tumbado bajo sus pies. Tuve que aguantarme la risa cuando después de negociar el precio, me llevé a su perro y le escurrieron los ojos, mintiéndome que lloraba porque por fin podría regresar a su casa, - ja - como si no supiera que lloraba por el perro.

Regresamos de correr, le puse un poco de comida en el plato –siempre croquetas- subí a mi recámara y me bañé. La tina de baño estaba en su punto, me sumergí en el agua hasta las 8000. escuchando a Pink Floyd, mi rola preferida “Wish you were here” que se repetía una y otra vez. La música de Pink Floyd siempre ha tenido el don de transformar mi pensamiento al compás de cada acorde, de cada solo. Lo mismo con esta rola que escucho cuando debo poner mi mente en blanco, que como en aquella ocasión cuando tenía unos quince años, en que sin necesidad de meterme nada,  pude alucinar escuchando el “The Wall”.

A las 8001 salí del baño, desnudo, sin secarme, como lo hago desde que aquella chica me decía cuán excitante le parecía verme salir en esas condiciones y se dedicaba a absorber con su lengua la humedad de mi cuerpo, como le encantaban mis brazos y pectorales.

Bajé a la cocina, desayuné una pechuga empanizada, ensalada de lechuga y mis tres gelatinas de naranja, jugo de mandarina; lavé perfectamente mis dientes y subí a vestirme.

Mi ropero está lleno de playeras negras de algodón, manga larga, talla XL, pantalones de mezclilla negros, camisas Óscar de la Renta de varios colores y estilos; y unos quince trajes corte italiano todos con raya de gis, al más puro estilo de Frank Nitti, en aquella vieja serie donde Robert Stack, hacía de Elliot Ness.

Definitivamente, opté por un traje Armani Negro, una playera negra y mis zapatos Michael Domit, un poco de gel en el cabello, loción Hugo Boss... y listo, bajé a la cochera, se escuchó el poderoso rugir de mi fairmont 85, rojo, de colección, tablero original, llantas anchas para que no se despeguen jamás de la cinta asfáltica, vidrios ligeramente entintados, el tacómetro marcaba las revoluciones por minuto, metí un cd de los doors y salí en punto de las 9000 para llevar a cabo aquella operación.

Circular por la Ciudad de México no es para cardiacos. Microbuses, taxis, motocicletas, limpiaparabrisas, azules y tamarindos, son, entre otras cosas, parte del paisaje. Yo aprendí a manejar con el “Mercurio” que en algún tiempo fue jefe de escoltas del Delegado de Tlahuac, de él aprendí que para no perder la velocidad uno debe acostumbrarse a ver no a los autos que tienes rodeándote, enfrente, atrás, a un costado, sino los huecos que existen entre todos ellos, es decir, los vacíos que se irán llenando con la lámina de mi nave, mientras cambio de carril en carril, de esa forma, logré romper el record de llegar del Centro Histórico a Tlahuac en 20 minutos, corriendo por todo Zaragoza hasta el eje 10 sur, el lema de Mercurio era “No hay peor pendejo que el que va atrás de otro pendejo”, obviamente que en el momento oportuno, pongo en marcha estas enseñanzas y orgullosamente puedo decir que difícilmente alguien puede alcanzarme mientras conduzco.

Para llegar a aquel banco debía circular por todo ermita Iztapalapa, hasta cruzar la avenida cinco, donde en aquella época aún no habían construido el distribuidor vial que hoy tanto promociona el Gobierno del Distrito Federal y tanto lamentan los vecinos, porque no les han dejado puentes para cruzar de un lado de la acera al otro, esperé que el semáforo se pusiera en verde, avancé las siete calles, esperé a que se fuera el taxi que estaba estacionado enfrente y bajé.

Como lo había hecho tantas veces, entré a la sucursal, me dirigí a la ventanilla vacía, diablos creo que nadie es cliente de este banco, van diez sucursales que visito y siempre están vacías, salvo el día diez u once de cada mes en que los jubilados hacen filas para cobrar su mísera pensión. Le entregué mi portafolios y le ordené que lo llenara con billetes, mientras mantenía en el suelo a las dos ejecutivas que con la tipa de la ventanilla era todo el personal de ese lugar, o por lo menos, el único personal que fue a laborar aquel día, las cámaras no me preocupaban, pues desde que entré fue lo primero que destruí con mi cuarenta y cinco, por supuesto con el silenciador colocado, tampoco hace falta llamar tanto la atención, la chica temblaba mientras iba guardando el dinero en mi portafolios, era un gran portafolios, de tal suerte que le cabían grandes cantidades de dinero, como terminó con el efectivo que tenía en su caja, quedando a un setenta y cinco por ciento de su capacidad, me lo entregó, llorando que ya no tenía más. Le agradecí educadamente y entonces pasó, llevó su mano al botón de emergencia, se escuchó un ruido ensordecedor y tuve que disparar.

Ese banco se encuentra en una zona industrial, por lo que salí tranquilamente de aquel sitio, enfrente está una bodega de una cervecería muy famosa, aproximadamente a unos doscientos metros hay una estación de paquetería y al otro costado está una barda que corresponde a la parte trasera de un hospital del IMSS, por eso escogí ese objetivo, nadie se interesaría por una alarma y aunque se interesaran, casi imposible que sus patrones les dejaran salir a ver lo que estubiera ocurriendo, ya me imagino, y en horas de trabajo.

Subí a mi auto y entonces sí, el camino que recorrí cuando me dirigí al banco e hice en treinta y cinco minutos, lo regresé en diez.

Sin embargo, a pesar de todo, me sentía bastante mal, en los dos años que llevaba haciendo esta actividad, nunca había que tenido que disparar a un ser vivo, generalmente mis tiros eran dirigidos a cámaras de seguridad, alarmas, vidrios o llantas, pero tenía que ser, este día llegaría, y llegó.

Metí el auto a la cochera, tomé mis herramientas y me puse a quitar esa capa de pintura, en dos horas tenía el coche listo para cambiar de color, cubrí los cristales con hojas de El Universal, con masking tape, como me enseñó el May, el mejor hojalatero de todo el rumbo, apliqué el praimer y en dos horas más el fairmont era blanco,impecable digno de ser alquilado para bodas, le puse las placas reales y entré a mi casa.

El botín no era malo, faltaron unos cuantos pesos para el medio millón, pero no estaba satisfecho, me había propuesto, cuando inicié con esto, que nadie saldría herido y así había sido hasta entonces.

Ahora, a unos meses de aquellos acontecimientos, aún no decido si vuelvo al dinero fácil o si me dedico a ejercer mi profesión, tal vez, en los próximos días por fin tome la decisión.

Por lo pronto, he sabido que la herida no fue grave, estuve por allá y la he visto caminando, es bella, muy bella, tiene unos ojos enormes, piel blanca como pato y unos labios que se antojan besar noche y día, al parecer es soltera, si tan sólo pudiera hablar con ella...

¿O tú qué opinas?

Creo que por fin he perdido la cordura,
ahora tengo actitudes que no imaginaba
ni en mis peores noches de pesadilla.

O ¿puedes imaginarme a dieta?,
o ¿haciendo ejercicio por las mañanas?,
o ¿tomando agua natural o de frutas sin azúcar?,
o ¿conduciendo a 60 kilómetros por hora?,
o peor aún, ¿leyendo El Financiero mientras arrugo la nariz?.

Tal vez y digo sólo tal vez
es que el tiempo se ha encargado de meterme
en el ominoso mundo de los iluminados,
de los que con sus hilos manejan las conciencias,
de los que manipulan el ser a placer
o simplemente, es que por fin he perdido la cordura.