viernes, 15 de febrero de 2019

De muertos y otros vicios

Morirse es como emprender un viaje en una carretera circular, sin calles y sin camino. es mirarse desde fuera como un espectador con ojo crítico, entrenado para encontrar tus mejores errores. Para echártelos en cara. Para burlarse de tus fallas.

Morirse es integrarse al silencio. Es formar parte del caos que se hunde en un instante.  Y sin embargo, morirse es adictivo. Conozco a varios que mueren día a día. Hora tras hora. No tienen nada  mejor qué hacer más que morirse. Lo gozan y lo saben. 

Son ajenos a sí mismos, son la voz de los lamentos. Imagen de la saña con que describen sus reflejos. Hablan de todos y de nadie. Pasan las horas mirando a los otros y se olvidan, como se olvidan las promesas. Y si se miran, si acaso se miran, sólo miran morirse sin remedio. Resignadamente. No les importa. Prefieren morirse a pensar un instante en ellos mismos. Temen. Morirse es más sencillo. 

Mientras intento escribir en mi vieja lap, pasan a mi lado: caminando con sus pies de muerto. Y su andar de muerto. Y sus ojos de muerto que se meten hasta el fondo de mis letras. Y yo tomo con fuerza la taza de café que aún expele su calor al cielo. Y los miro de reojo intentando no fijar la vista  porque si se sienten observados podrían revivir. Sólo para morir nuevamente.