sábado, 16 de abril de 2011

Al guerrero

"Cierra los ojos. Siente los dedos de tus pies, siente tus uñas, mueve los dedos, siéntelos. Ahora que tienes presentes tus diez dedos, debes ir soltando uno por uno: Primero el pequeño, pie izquierdo, luego el siguiente, hasta soltar el pequeño del pie derecho. Suelta también las plantas y empeines, no tienes pies, han volado.

Ahora tu cuerpo empieza en tus tobillos, siéntelos y suéltalos. Sube a tus pantorrillas, rodillas, piernas y cada parte de cuerpo hasta tu ombligo. Suéltalo. Se hace humo. Vuela. Cuando llegues a sentir sólo tu cabeza, debes respirar más lento, tal vez seis veces cada minuto, baja poco a poco tu ritmo, no necesitas aire, tus pulmones han volado, ¿para qué respiras?. Suéltalo. Sólo así podrás dejar fluir tu cabeza, la parte más difícil de soltar. Pero tú eres tenaz y decidido. Así que no te cuesta trabajo soltarla. Ahora eres tú. Realmente tú. Alma. Energía. Espíritu. Lo que siempre has sido. Pensamiento, idea. 

Ahora piensa en tu lugar favorito, recréalo, vívelo y estarás ahí..."
 
Justo cuando me veía en Chichen Itzá, abrieron la puerta de esa habitación de hospital. 

Mi habitual insomnio me hacía la mejor compañía para él. Un buen amigo y maestro que tenía impresionado a los más famosos médicos oncólogos y psiquiatras. Según ellos, él debía haber muerto por lo menos dos años antes. Pero no contaban con que su decisión de marcharse a otra realidad aún no la tomaba. Así que durante varios meses acudía puntualmente a tomar su dosis de quimioterapia, para controlar el cáncer que de repente invadía nuevas zonas de su cuerpo.

Como ninguno de los dos acostumbrábamos dormir, pasábamos horas hablando de cosas muy serias. Encontré las mejores enseñanzas, el mejor ejemplo. Como el cambio repentino de un aparente estado de locura a la lucidez necesaria para salvarle la vida al vecino de habitación. O las clases magistrales que impartía a los estudiantes de medicina que en caravana entraban a la clásica visita obligada.

Ya no terminamos el ejercicio porque la enfermera tardó mucho tiempo en tomar los signos vitales, le dio algunas pastillas que él fingió tomar, pero que cuando la señorita salió, sacó, no sé cómo de su garganta. Me mostró una cajita donde guardaba todas las pastillas que durante el día hacía como que se tragaba. Me dijo que él sólo iba por quimioterapia no por un coctel de medicamentos que le destrozarían el estómago. Lo mejor era que los médicos decían que su medicina estaba funcionando muy bien.

En un momento él decidió, conscientemente consciente, que era la hora de continuar, no sin hacer un par de misiones de las que tal vez, sólo yo fui enterado. 

Hasta pronto al guerrero.

No hay comentarios:

Publicar un comentario