martes, 30 de noviembre de 2010

Descargar el ayer

¿Por qué se me hace tan difícil escribir de momentos felices?

Es como si se me hubiera dañado un sector de mi disco duro, justamente el que contenía las imágenes donde había amor y armonía, que seguramente debieron existir, a menos que se me haya configurado de fábrica para señalarlas como spam.

¿No crees que sea patológico el hecho de que tenga necesidad de una concentración para evocar esos tiempos de dicha, semejante a la necesaria para resolver problemas de física cuántica?. Mientras que a cada instante podría plasmar líneas y líneas de historias trágicas o tenebrosas.

Imagino a esos escritores de libros de superación personal que mantienen al lector en un positivismo que marea. Cuántas dosis de prozac, o para no hacer comercial, de fluoxetina deberán tomar para cada capítulo. 

Será que como decía Paz en su Laberinto de la soledad: "Desde niños nos enseñan a sufrir con dignidad las derrotas, concepción que no carece de grandeza". Y qué más digno y grande puede existir que el escribir noche tras noche, con un rigor cuasi religioso, las derrotas propias, a veces disfrazadas de ajenas, el hacer público lo privado, lo intangible, lo inimaginable. Como una terapia antítesis de la gestalt.  Descargar el ayer para abrir espacio al aquí y ahora.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Unas gafas oscuras

¡Qué manía la tuya, mirarme de esa forma! Me desarmas, acabas con mis argumentos preparados con antelación -iter criminis- con mi intento de decir las palabras precisas para despedirte, para dejarte libre y dejarme libre. Libre para seguir tu desarrollo y yo el mío. Sin embargo, termino posponiendo lo que necesariamente ha de ser.  Ya mañana será otro día.

Mientras tanto continúo amarrado. Y cuando toco tu cintura olvido toda estrategia. Acto fallido. Intento que termina en deserción. Me silencias y se cierra el telón. Tercer acto, una voz en off me dice que he fallado.

Y en el intermedio preparo la próxima táctica, las palabras, los gestos, el dejo de pena que la ocasión amerita, aspiro profundamente para que no me falte el aire, mis pulmones se dilatan, se alistan para la batalla. 

Me acerco, sin miedo. Estoy preparado. Te miro. Finjo indiferencia. Frente en alto, pulso acelerado.

Y entonces, lo de siempre. Tu mirada. 

Mañana recordaré traerte unas gafas oscuras.

domingo, 21 de noviembre de 2010

Espero que no insista

Pues si no insiste no le diré nada. Para qué confirmarle lo que estoy seguro ya se imagina. Pero si se aferra y me lo pide, no me quedará más remedio que contarle. 

Tal vez inicie por la vez que bailé con su hermana y escondidos entre la bola de bailadores nos besamos. Claro que estábamos demasiado ebrios los tres. Así que tal vez, esa no cuenta. Además que fue su idea que nos acompañara mi cuñadita.

Después podría seguir haciendo un resumen de los congresos a los que acudí por cuestiones de trabajo y en los que siempre hubo alguna vecina de habitación dispuesta a una ayuda mutua. O alguna residente que se ofreciera a recorrer la ciudad de noche. Cómo olvidar las noches del Salón Veracruz o del Tropigala en Guadalajara, o del Skandal en Monterrey, y ni hablar de La Diabla en Xalapa.

En verdad espero que no insista. No será algo fácil ni productivo.

sábado, 20 de noviembre de 2010

No tomo chelas

"No sé si chingarme dos pastillas o seguir tomando tequila" les dije a los dos tipos con quienes estaba en ese antrillo de mala muerte en la zona roja del centro histórico. Y es que me di cuenta de que en menos de cinco minutos la migraña iba a hacer su triunfal aparición. Es como si la muerte chiquita te avisara cuando piensa visitarte y tuvieras tiempo de decidir si esperarla o fugarte, dejarla plantada.

Me salí del lugar en el primer descuido, busqué mi mochila en la entrada y me tomé tres o cuatro pastillas, así, sin agua. Mientras esperaba el efecto decidí caminar por ese barrio bravo y algunas de sus callejuelas y plazas llenas de ebrios, chemos y suripantas. 

Atrás del popular teatro Blanquita había una fiesta callejera. Un par de jóvenes, de unos veinte años, me abordaron para pedirme un cigarro. No fumo, les dije. Cuando se empezaban a poner violentos, se acercó otro sujeto como de treinta años y los tranquilizó, diciéndoles que me conocía. 

"Este cabrón estuvo conmigo en Santana, cuando andaba en el gabacho" "¿Te acuerdas del tianguis de la pulga?" me preguntó y ya me estaba invitando una cerveza y me encaminaba a una mesa de la fiesta. "Acuérdate que no tomo chelas" le dije, "mejor dame tequila". 

Se puso a contar una serie de aventuras que ambos "vivimos" en un poblado llamado Santana. Por lo que me enteré, robamos vinaterías, gasolineras, lavamos carros, pintamos casas, peleamos con unos chinos y hasta estuvimos en la cárcel por andar ebrios en una camioneta. La aventura terminó cuando a él lo deportaron vía Tijuana. En ese punto yo tuve que improvisar una historia de mi espectacular huída de la migra y mi llegada a Los Angeles antes de mi regreso a Tenochtitlan.

Pernocté con esa banda y brindé con El Tepa, El Dandy, El Chiras, bailé con La Rita y con La Gina. Completé las historias que el Memo iniciaba de nuestras andanzas como mojados; y después de todo me lamenté no haber ido nunca al gabacho, y no conocer ese lugar llamado Santana donde debí hacer amistad con mi anfitrión.

lunes, 15 de noviembre de 2010

La suma de tus miedos

"La suma de tus miedos siempre arrojará el mismo resultado: Fracaso".

"Por qué no decir simplemente las cosas tal cual, como las sientes, qué importa lo que diga, piense o concluya, ese es su asunto.  Total, el querer es una decisión personal en la que todo mundo pretende influir pero sólo uno tiene el poder de intensificarlo, o dosificarlo. Así que sé fuerte, sé valiente y dile el aprecio que le has dado a su ser. El valor que significa su compañía. No es porque ella no lo intuya, pero por qué dejar a su libre interpretación lo que puede ser una manifestación de principios. Te aseguro que por lo menos dejarás de sentirte aprisionado por un tumulto de pensamientos más desordenado que el cruce de reforma e insurgentes sin semáforo".

¡Qué insoportable es mi álter ego! cuando se pone a tirarme esos discursos como de prima buena onda. En esas ocasiones prefiero ver televisión, la mejor forma de matar a las ideas. Anteriormente lo callaba con tequila, así por lo menos decía cosas divertidas, pero últimamente, con el alcohol, se pone más insidioso, incontrolable; y suelta palabras que duelen, queman, agotan y hasta ha sido capaz de hacer que vuelva la migraña, de volverme humano. Independientemente de si sean ciertos o no sus enunciados, me encabrona que ahora se sienta el jefe, el que manda,  y que quiera vivir como real, como si no supiera que sólo es el producto de mis desvaríos mentales, un efecto de una causa retorcida. 

sábado, 6 de noviembre de 2010

Tan simple

Me gusta el tequila; el agua de naranja; el café negro, tibio, sin azúcar; la gelatina de naranja; los tamales de dulce; el arroz con plátano, tabasco, no frito, y el arroz con leche.  En materia de música prefiero el rock, en cualquiera de sus derivaciones. - Qué obsesión del  humano en clasificar todo: que el reino animal, vegetal, mineral; que los animales vertebrados e invertebrados; que los organismos unicelulares y policelulares; que el rock progresivo, heavy metal, trash metal, punk, ska y muchos etcéteras-. ¿Será que de verdad importa?

Prefiero trasladarme por mundos paralelos e inimaginables. Parir ideas por segundo y verlas madurar en casa de otro. Rompo con el esquema tradicional del llamado hombre mexicano. -Para la naturaleza no existen fronteras, jamás he visto a un agente de migración revisando los papeles de las (así clasificadas) mariposas monarca  cuando llegan a Michoacán y Estado de México, provenientes de Canada. Por tanto, como gran parte de las leyes de los humanos, califico de absurdo el tema de las nacionalidades- de verdad disfruto acariciar el cuerpo de una mujer, compartir nuestras energías y convertirlas en placer. Antes el suyo que el mío, no encuentro mayor placer que darlo.

Algunas veces juego el papel del abogado del diablo, sólo por contradecir. Por ejercitar las habilidades discursivas propias y ajenas. 

Aunque he leido cientos de libros, no suelo recordar el nombre de los autores, sólo sus ideas. Porque si, por deseo de algún Dios, se llega a publicar un libro de mi autoría, prefiero que mis ideas sean recordadas, discutidas, despedazadas; antes de que se concentren en el que esto escribe. Alguien tan simple, resumido en los tres párrafos anteriores.