Ese día se levantó decidido a hacer dos compras muy importantes. Debía comprar el regalo para el intercambio del día siguiente que organizó con su señora, además de las pastillas azules que ocuparía después del intercambio. Casi era navidad.
Mi vecino era un tipo muy correcto, de unos sesenta y tres años, era tan correcto que nunca lo escuché decir groserías. Salía muy temprano a correr y al regresar barría su banqueta y parte de la calle. Trabajaba en las noches y llegaba muy tarde a su casa, como yo era un poco vago y estaba siempre en la calle, él me saludaba cuando pasaba.
Jamás se supo por qué motivo su esposa de buenas a primeras empacó sus cosas, las subió en una camioneta y se fue, dicen que a vivir en Chalco, o Ixtapaluca. Así que él quedó solo y empezó a cambiar su vida. Ya no lo veía salir a correr al deportivo, donde generalmente lo encontraba. En su casa ya no había plantas y las cortinas nunca se recorrían. Su banqueta lucía llena de tierra.
Un día me contó que estaba tan deprimido que los domingos que no trabajaba se iba a México, que era como llamaba al centro histórico de la ciudad, para estar rodeado de gente, me dijo que a veces platicaba con los danzantes, o con los vendedores ambulantes. Pasaba ahí toda la tarde y parte de la noche. Le sugerí se uniera a los optimistas, sí, al grupo que anuncian en el radio con una tonadita pegajosa. Aunque yo no conocía a nadie que estuviera en ese tipo de grupos, fue lo único que se me ocurrió. Y lo chistoso del asunto es que lo hizo.
Me platicó que le gustó que todos lo recibieron con una canción y un abrazo, que se sintió muy bien. A partir de eso mejoró su depresión. Entonces se inscribió también a una clase de baile de salón, alguna vez me enseñó su cuaderno donde tenía anotado los pasos para bailar el Nereidas.
En uno de esos bailes conoció a una señora a la que después de pocas salidas convenció de que viviera con él. Me sorprendió cuando la vi. Era idéntica a su esposa, de hecho pensé que había vuelto con ella. Pero no, simplemente encontró una igualita.
Con la llegada de la señora su casa volvió a ver la luz, había rosas en su patio y se escuchaba música, a veces el olor de comida salía por las ventanas.
Fue ella la que llorando me pidió ayuda porque se puso grave mi vecino. Me bajaba de mi auto para abrir mi cochera. Salió de su casa, me llamó: "ayúdeme por favor". Entré a su casa, subí corriendo a su recamara y lo vi grave, traté de reanimarlo, llamé a emergencias y una señorita muy amable me daba instrucciones para tratar de mantenerlo en la vida, en tanto llegaba una ambulancia. Fue inútil. El paramédico que lo auscultó definió la hora en que transitó a otro estado de conciencia.
La señora me abrazó, lloraba en silencio y me contó que él había llegado del centro muy feliz, cenaron, le dijo que quería adelantar el intercambio de regalos, que no quería esperar al otro día para darle lo que le compró: Unos aretes con gargantilla de chapa de oro. La abrazó, le dio un beso y las gracias por estar con él. Se sentó en su cama y vino el infarto, el médico legista afirmó que el viagra pudo ser el causante. Era 23 de diciembre.
A veces en estas fechas llevo rosas rojas al lugar donde reposa su sombra, siempre encuentro ahí a la señora.