sábado, 28 de agosto de 2010

Entre sombras

Me gusta vivir entre sombras, analizarlas, descubrir sus secretos. Aprender de ellas y luego verlas desaparecer. Para ello esta ciudad es perfecta, está llena de sombras, basta salir a la calle y mirarlas. Son cientos de miles y en cada esquina se reproducen, como células, como ideas.

Cada una de ellas tiene su ritual, es fácil identificarlos, se mueven en grupos, huyen de la oscuridad, como yo del sol. Siembran terror entre quienes no saben de ellas, se presentan mutando su forma para no ser vistas.

Sin embargo, puedes verlas correr, bajar de camiones y autos, subirse al metro y pagar su boleto. Son miles quienes pelean por un asiento, se empujan, se traban. Y en su intento de impedir el paso a las demás, paso entre ellas riendo, divertido ante sus ritos diarios. No se ponen de acuerdo y se atacan, pero no se dan cuenta que son sombras, y que las sombras no se dañan, sino con la luz. Pero no saben generar luz, al contrario, le temen, se alejan, prefieren vivir en su mundo de sombras, donde nadie sabe nada, pero tampoco necesita saber nada. Sólo pasan el tiempo fingiendo que viven, fingiendo que algo les importa o fingiendo que tratan de llegar a algún lugar, al que sea, da lo mismo. Y veo cotidianamente que sólo saben llegar a su fin.

domingo, 22 de agosto de 2010

3 Gb

¿Tres Gb de fotografías y videos te parecen demasiado?

Si me preguntaras cómo fue que llegué a tal colección de miradas tuyas no sabría qué contestar. De pronto tuve conciencia de la cantidad de imágenes cuando intenté hacer un respaldo de mi disco duro, y me encontré contigo. Caminando; sentada; tomando café; sonriendo; hablando por teléfono; usando tu compu; pintando tus labios; con el cabello suelto; en tremendos tacones; en pants; con vestido; con blusón negro; con playera roja; en fin, más de mil fotografías diversas, la mayoría de ellas capturadas furtivamente. En todas luces magnífica, pero, definitivamente, es una mi preferida. En la que
te ves de frente, con un fondo claro, tal vez de una oficina o una sala de estar, resaltan tus ojos profundos y tus labios, miras a la cámara como diciendo "soy yo, no te equivocas", tu cabello, húmedo haciendo un marco perfecto y parecieras emanar tu perfume favorito.

Tras mucho pensarlo, he llegado a la conclusión de borrarte, confirmar que deseo eliminar los 1302 elementos seleccionados y que por el tamaño de los archivos esta acción no se podrá deshacer. Así, de un sólo enter, trato de dar fin a esa obstinación de mirarte electrónicamente, en concordancia con tu novedosa actitud que has estrenado. Predico con el ejemplo. ¿Recuerdas mis palabras? "que nada ni nadie se convierta en tu causa y por consiguiente tú te vuelvas el efecto, por el contrario, ser tú y sólo tú el origen y el fin de tu proceder". Y yo estaba fallando en este punto, pues te volvías mi causa, y tú sin saberlo siquiera, lo sé. Sé que ni imaginabas que estuviera pasando, sé que no era ni de tu interés provocar esta situación, sino que es sólo el resultado de un proceso mental interno, propio, mío, y sé también que no me hacía ningún bien. Por eso cierro mis ojos y doy click en aceptar, y los abro para mirar, en mi vieja lap, cómo vuelan los archivos, y quiero imaginar que así volarás de mis ganas, mientras una ventana transparente informa que te estás eliminando de mis deseos.

miércoles, 18 de agosto de 2010

Equidistante

De nuevo esta sensación que se manifiesta imparable, entre mi pecho y mi frente. Una opresión que recorre alternadamente de uno al otro. Punza, hiere, incomoda. Presagio de que todo acabará en un cerrar de ojos, tal cual como empezó. 

Siempre es igual, primero gran júbilo, similar al periodo de manía de un bipolar, todo parece extraordinario, tu voz, tu aroma, tu presencia, tu recuerdo. Deseos de estar contigo a toda hora: mensajes al celular, correo por la mañana y chat por las noches. Hacerte el amor significa lo mismo que respirar, es indispensable, inevitable. Oxigenar el alma.

Apareces de repente, aunque te encuentres lejos, es cuestión de mirar un punto y estás ahí. Sonriendo. Inescrutable. Tiempo detenido.

Luego, ocurre que nos descubrimos, encontramos lo que nos hace diferentes, lo que nos distingue al uno del otro, tal vez una idea, una fijación disfrazada de principios. Algo capaz de transformar la dicha en sospecha o, en caso de tener suerte, en melancolía, en incertidumbre. Es a lo que algunos llaman abrir un paréntesis. Alguna vez, con presuntuosa elucubración, argumenté que los paréntesis se cierran, de lo contrario son inexistentes. Por esa razón sé que al cerrar el nuestro acabará la historia, volverán los sujetos y predicados a su cajón original, sin verbos ni adjetivos. 

Y entonces se ha manifiestado esta sensación imparable entre mi pecho y mi frente; claro, la pugna eterna entre el sentir y la razón. Y sé que la razón y el entendimiento harán que no te vuelva a ver, ni a pesar de que fije mi mirada en un punto equidistante entre tu recuerdo y tu cuerpo.

lunes, 16 de agosto de 2010

Gemelos

El Rostro, desde que me acuerdo, siempre vivió con su tía Lupe. Le decíamos El Rostro porque siempre se ligaba a alguna tipa, no importaba si era bonita o fea, lo importante para él era ligar. A su mamá sólo la vi un par de veces, lo acompañé a buscarla en la pulquería de la colonia, en el cuarto de mujeres, las vecinas contaban que había muerto en ese tugurio.

Doña Lupe se casó con un buen tipo de la misma cuadra, él trabajaba como obrero y jugaba futbol los domingos. Tuvieron un hijo llamado Andrés, y al año siguiente, nació Rigo. También nació la obsesión de ella por tener una niña, así que hizo la tarea de inmediato y en breve alumbró a  Beto. Sin embargo no iba a darse por vencida tan pronto, por lo tanto, se volvio a embarazar y nació Raúl. Ese año su esposo buscó un segundo trabajo para poder manener a su prole. Tuvo un buen año y pudo comprarse un auto opel 79. Todos pensábamos que con ese parto cejaría en su intento de tener una hija, pues pasaron un par de años. Sin embargo, no había olvidado su misión en esta vida y se volvió a embarazar, por fin llegó la niña, pero no llegó sola. Su gemelo venía con ella. También la muerte. Doña Lupe murió después de ver a su hija, no sabemos si se enteró  de que eran gemelos.

El esposo aún maneja el opel 79 y los gemelos andan siempre juntos, se toman de la mano, se abrazan, se cuidan, al parecer la muerte de su madre sirvió como adherente. El Rostro también buscó mantenerse en familia numerosa, se juntó con una mesera de un table dance que tenía cinco hijos. Él no trabaja, cuida de los niños.

sábado, 14 de agosto de 2010

Un breve silencio

Gaby me llamaba por teléfono cada vez que se sentía asustada por los efectos de la marihuana, solía esconderse en el clóset de su casa y esperar a que llegara para acompañarla en ese trance. Generalmente tenía que brincarme por una ventana de su recámara. Su casa, ubicada en un lujoso fraccionamiento, no era lo que se puede llamar muy segura. Su madre llegaba después de las once de la noche, al terminar su turno en el hospital donde trabajaba como enfermera. No se me puede culpar de su adicción, por el contrario, siempre hice lo que pude por ayudarle, pero la soledad y el exceso de recursos económicos la originaron.

A pesar de todo, nunca me aproveché de sus circunstancias, aunque su cuerpo y su cara me volvían loco desde el día que la conocí, siempre pudo más el sentir correcto. Fue en una fiesta en que alcohol y alguna medicina para la migraña nos llevaron a besarnos y algo más. Después de ese día todo volvió a la normalidad. La última vez que hablamos me invitó a su boda. Obviamente no fui.

Puede decirse que lo que más recuerdo de ella son sus largas sesiones de silencio. Un breve silencio es la prueba más grande de lo lejos que pueda llegar cualquier relación. Si puedes estar en silencio con alguien, si no sientes esa necesidad que te embarga por preguntar, por quererte enterar de su mundo interior, entonces, existe una gran posibilidad de que estés con la persona adecuada.

jueves, 12 de agosto de 2010

A la papelera

Mientras escucho los sonidos de la guitarra y la batería en el ensayo de esta banda, que intenta impregnarme de punk, escribo poemas que jamás publicaré. Que jamás saldrán de la papelera de reciclaje de mi vieja lap. Mis dedos parecen tomar su propias decisiones y asestan golpes de tecla para derramar la ronda de palabras que, burlonas, se asoman en varias páginas, sonríen y se esconden. Andanada de metralla entre verbos y sustantivos. Adjetivar los sentimientos no hace más fácil su reflexión.

Aun sabiendo que no serán leídos por nadie, me hago cargo de eliminar todo rastro, matando absolutamente la posibilidad de que alguien la identifique, a ella, a quien con dogmas e imágenes gastadas se retrata en cada verso, en cada renglón. No quiero pecar de paranoico pero siento pánico de verme descubierto, de saberme vulnerable si acaso salen a la luz mis obsesiones, o mejor dicho, "la sujeta" de mis obsesiones. Cómo volverla a mirar a los ojos, cómo decirle lo siento, si mis pensamientos más sucios afloran cuando la pienso.

viernes, 6 de agosto de 2010

Obsesión

Cualquier departamento es muy grande cuando vives solo. Llegar  sin compañía en las noches del fin de semana, suele ser más deprimente que una boda. Así que cuando esto me ocurre procuro embriagarme antes de dormir, como si el alcohol sirviera de atrapasueños, aquellos objetos que los indios norteamericanos utilizaban para que los niños durmieran y tuvieran sólo sueños bellos.

Mañana se cumple un año más de que vivo en este lugar. La sala ya la he cambiado tres veces y aún me sigue pareciendo inapropiada. Mi sillón reclinable es el único lugar que realmente me hace dormir. A lado derecho tengo una mesa de centro donde descansa la botella de tequila Don Julio, un vaso y un par de libros a medio leer. 

Es cierto que tengo una pantalla plana de cincuenta pulgadas, empotrada en la pared, un equipo de audio con bocinas wifi en toda la sala, y que mi recamara cuenta con cama king size y jacuzzi con masaje. Sin mencionar que en mi cajón de estacionamiento luce un magnífico deportivo rojo. Pero nada de ello satisface a una mente en discordia. Podría vivir en un cuarto de dos por dos y seguramente sentiría la misma opresión cada vez que me descubra solo.

No estoy muy convencido si todo ello explica mi obsesión por buscar amores fugaces, o más bien sea la causa por la que me esfuerzo en alejar todo aquello que implique compromiso. Para que de esta forma, permanentemente, me invada este estado.