Me gusta vivir entre sombras, analizarlas, descubrir sus secretos. Aprender de ellas y luego verlas desaparecer. Para ello esta ciudad es perfecta, está llena de sombras, basta salir a la calle y mirarlas. Son cientos de miles y en cada esquina se reproducen, como células, como ideas.
Cada una de ellas tiene su ritual, es fácil identificarlos, se mueven en grupos, huyen de la oscuridad, como yo del sol. Siembran terror entre quienes no saben de ellas, se presentan mutando su forma para no ser vistas.
Sin embargo, puedes verlas correr, bajar de camiones y autos, subirse al metro y pagar su boleto. Son miles quienes pelean por un asiento, se empujan, se traban. Y en su intento de impedir el paso a las demás, paso entre ellas riendo, divertido ante sus ritos diarios. No se ponen de acuerdo y se atacan, pero no se dan cuenta que son sombras, y que las sombras no se dañan, sino con la luz. Pero no saben generar luz, al contrario, le temen, se alejan, prefieren vivir en su mundo de sombras, donde nadie sabe nada, pero tampoco necesita saber nada. Sólo pasan el tiempo fingiendo que viven, fingiendo que algo les importa o fingiendo que tratan de llegar a algún lugar, al que sea, da lo mismo. Y veo cotidianamente que sólo saben llegar a su fin.