jueves, 26 de mayo de 2011

Pensamiento pensado

Mi biografía la escribí una noche de viernes en la cama de un hotel de Tlalpan y la he reescrito tantas ocasiones que ya no sé cuál es la versión más reciente. 

Yo nací con el primer pensamiento, como decía Descartes: "cogito, ergo sum", pienso, luego entonces existo. Así que si es cierto como lo es, que el primer pensamiento fue generado hace millones de años, sería difícil escribir una biografía real. No habría cuaderno que alcanzara para contener tanta información.

En pocas palabras, he inventado un pasado que me impide tener recuerdos. ¿Cómo recordar un episodio en el que nunca he estado?. ¿Cómo podría sentirme ofendido por alguna circunstancia que jamás pasó?.

La historia sólo es pensamiento pensado, por lo que, según mis cálculos, resulta poco menos que idiota el pensar lo ya pensado, habiendo pensamiento por pensar. Propongo cuidar lo que ha de venir en lugar de permanecer atado a lo que ha sido.






martes, 24 de mayo de 2011

Un trabajo inspirado

Tengo un cuaderno negro que contiene una lista de pendientes por resolver. Asuntos que he identificado como de gran relevancia por las implicaciones que encierran. De vez en cuando tengo el privilegio de ir borrando alguno de los numerosos temas, aunque han pasado varios años desde que borré por última vez.

Ahora con singular alegría he puesto una línea eliminando casi una página completa, un resultado excepcional de un trabajo inspirado.

Fin de semana, subí a mi camioneta con ganas de perderme por el mundo. Rumbo desconocido. La idea de circular sin detenerme me llevó a tierras cercanas a los volcanes. Una montaña solitaria me llamaba. Me invitaba a pernoctar en su interior. El sitio perfecto, lejos de todo Dios. Un lugar para intentar renacer.

Estacioné la camioneta en un paraje, Apagué la blackberry y la guardé en la cajuela. De ahí bajé mi tienda de acampar, una bolsa para dormir y nada más. Caminé con la ayuda de la luna, aunque me di cuenta de que cuando ésta se ocultaba mi visión seguía siendo perfecta, mis ojos se acostumbraban muy pronto a la oscuridad o mi vista se trasladó a otro sentido diferente de mis ojos. El caso es que no me hizo falta la lámpara que no llevaba, me sentía parte de la montaña. La tierra y la hierba, fueron grandes anfitrionas.

En algún momento, no sé después de cuánto tiempo de haber caminado, una planicie me transmitió una paz que, sin embargo, no me satisfizo del todo. Así que subí un poco hasta llegar a un pequeño claro,  los árboles que lo rodeban formaban un círculo perfecto. Allí hice mi campamento. Armé sin dificultades mi tienda y dentro de ella extendí mi bolsa de dormir.

No quise perderme el espectáculo que es el cielo en una noche como esa, un cúmulo de luces que parpadeaban me dictaban frases que no entendía. La inquietud de tener como único compañero a mí mismo me distraía. Sólo pude tranquilizarme al tener mis pies contacto directo con la tierra. Así llegué a un estado de paz y armonía que me hizo olvidarme de que estaba yo ahí. Miraba mi alrededor como si fuera otro el que mirara. Veía la tienda, los árboles, hasta un cuerpo que me era familiar, un cuerpo vestido de negro que jugueteaba con sus pies descalzos con la tierra y que, al poco tiempo, con sus manos, empezaba a escarbar. Sacaba tierra poco a poco y el hoyo se hacía más grande cada vez.

La excavación tenía ya una profundidad relativamente grande y empecé a descargar mis demonios, como haciendo una limpieza de mi mente, tomaba cada uno de ellos y los depositaba en el hoyo, los despedía como se despide a un cadaver. Los tapaba con tierra, —ahí te quedas, de ahí no salgas. Me llevó casi la noche completa hacer ese trabajo, realmente estaba sobrecargado de basura mental. Cuando terminé, me aseguré de sellar muy bien aquella tumba. Tierra, pasto, hojas y ramas obsequiadas por los árboles vecinos ayudaron a esa tarea. La sensación de paz que me invadió fue inefable, me sentí ligero, como si mi cuerpo no estuviera en mí. Un ser renacido.

La caída del sereno me avisó que estaba por amanecer, me metí a la tienda y dormí envuelto en mi bolsa. No desperté hasta entrada la tarde. El sol apenas y se distinguía a lo lejos. Iba a anochecer nuevamente. Entonces recordé que no llevaba comida ni agua, pero también caí en cuenta que no las necesitaba, mi único alimento sería el descanso. Caminé un poco alrededor del campamento y confirmé que nada ni nadie estaba cerca de ahí. Regresé a la tienda y seguí durmiendo hasta que el sol del domingo me despertó.

Levanté el campamento y regresé a buscar mi camioneta, emprendí el camino a Tlalmanalco donde comí dos tacos de cecina, una quesadilla de carne con un litro de jugo de naranja. La marchanta, mientras me preparaba los alimentos, me recomendó no subir solo a la montaña, porque en el pueblo cuentan que ahí abundan los demonios. Le agradecí el consejo con una sonrisa amable.

domingo, 15 de mayo de 2011

Bienvenida

Y cuando menos me lo espero,  cuando menos me doy cuenta, ya estás otra vez en mi pensamiento. Lo peor de todo es que no me molesta, al contrario, te he abierto las puertas de mi hogar y te has instalado.

Bienvenida, la casa está un poco tirada porque me he acostumbrado a vivir solo en ella. Pero, no obstante, puedes ver que muchas cosas están puestas como si alguien supiera que un día ibas a llegar y se hubiera dedicado a preparar tu arribo.

No temas si ves que de pronto desvarío, son mis constantes ires y venires, cosas de la costumbre. No temas tampoco si te percatas de que las noches son mis días. Que me siento mejor en ambientes oscuros y aislados. Que huyo de las personas comunes. Que armonizo en pocos lugares.

Si estando en mi hogar te sientes alterada, no te asustes, es que mi tiempo y mi espacio están disipados por el impacto que significa tu estancia. No siempre es así, en ocasiones, cuando hay tormentas, se deslizan unas luces que preparan un estallido infinito. Son ideas que persisten a través de un pensar diario y duradero. Que alcanzan su grado perfecto en que se esparcen y se vuelven calma, paz, descanso.

martes, 10 de mayo de 2011

Diez de mayo

Diez de mayo es sinónimo de festivales idiotas en las escuelas primarias públicas. Los niños ensayan unas tres semanas ya sea una tabla gimnástica, un baile regional o la puta idea que se le ocurra a la maestra sindicalizada.

Desde que recuerdo he odiado esos pinches festivalillos de tercera. Nada tiene que ver el hecho de que por única vez me animé,  (o me animaron) a participar en una tabla gimnástica, cuando cursaba tercer grado teniendo seis años. Ensayamos tanto que nos aplaudieron mucho en el patio de la escuela. Gustó de tal forma que nos inscribieron a un concurso delegacional, estatal y luego nacional. Yo decliné de participar en ese circo.

Cuando terminó el numerito en el festival, mientras aplaudían los compañeros y mamás, busqué con ansias a mi madre, quería recibir la felicitación por el esfuerzo que hice, porque no tuvimos ninguna equivocación y los movimientos que hacíamos eran parejitos. Todos mis compañeros estaban con sus madres, pero la mía no fue. Así que tiré los utensilios en un tambo, busqué mi mochila y me fui a casa.

Por eso me rehusé a seguir en el concurso y jamás volví a ser parte de semejante teatro.

jueves, 5 de mayo de 2011

Servilleta sucia

Mi calle se ha vuelto un río turbulento de personas, las voces no se callan en ningún instante. De día y de noche hay alguien contando, hablando, gritando algo. ¿Es que todos tienen algo que decir? o es que asustan con ruidos al fantasma que, ingrato, obliga a pensar lo que pasa. A digerir la realidad. Unos buscando escapar de sí mismos, otros buscando al que fuimos. Delineando al que somos, al que deberíamos ser.

 Los niños gritan, las palabras se escuchan hasta el interior de mi cueva. Ya no hay un sitio para mi encuentro diario con el silencio.

A las dos en punto me levanto del sillón y salgo a caminar con mi perro. Madrugada, frío, aire. Escucho a unas niñas que platican estruendosamente. Sus voces agudas son señal de que se trata de jóvenes. No deben estar lejos. Me encamino hacia la esquina de donde surgen las voces. Son tres chicas de unos diecisiete años, toman cerveza y fuman hierbas. Mi perro las asusta, —No muerde, no se preocupen, digo con certeza. Me miran aturdidas. Miradas difusas. —Si consiguen otro churro yo lo pago. Acceden. Me dan un cigarro un poco mal hecho. Les pido lumbre, lo enciendo y camino hacia el lado norte de la colonia. Al parque donde sé que nadie se atreve a ingresar apenas las luces se esconden.

Mientras fumo deseo escribir un intento de poema que hace tiempo traía atravesado, sólo tengo una servilleta sucia. En ella escribo:

Antes de tres días mirarás al cielo
notarás que ha desaparecido. 
Ahondarás en tu estructura intacta
libarás en sacrificio mi sangre impura.
Gotas de tus ojos mojan mi esperanza
el agua me quema, sus trazos me matan.
No intentes perseguir los años no, no intentes
corren de prisa y jamás los alcanzas.
¿Has llorado últimamente?
mi trillado verbo se enciende en mi frente
Mira las paredes, anuncian tu suerte
calla, rompe, tira, llora, implora: sola.

Contínúo con un diálogo unipersonal que dejé pendiente la vez pasada: —A veces creo que no tengo remedio. Mis confundidas decisiones patean mi confianza. —A mí me cuesta más trabajo definir si soy una de esas personas que le hará feliz por haber aparecido en su vida, o cuando desaparezca de ella.

La memoria es un arma que a veces se vuelve contra uno mismo.

Como decía Bukowsky: "...la manera de terminar un poema como éste, es quedarse de pronto callado".

Y por mi parte, sigo su ejemplo.