domingo, 24 de julio de 2011

Recomendación

Ya no recuerdo quién me presentó a Deli. Lo que sí recuerdo es que me dijeron: "vas, le encanta el sexo oral". Esa noche, en mi carro, comprobé que la recomendación era cierta.

Lo que me gustó de ella fue su cara extremadamente bonita que se acentuaba por lo corto de su cabello y sus ojos grandes, fríos, que no denotaban emoción alguna.

Yo la veía desde la barra, no sé por qué siempre termino en una barra en cualquier fiesta a la que voy. Desde ahí la estuve observando, y fui testigo de que tomaba cerveza tras cerveza y de que al pasar las horas, su comportamiento era diferente, se desinhibía.

Yo bebía tequila y de vez en cuando platicaba cosas sin importancia con algún ebrio que se acercaba a servirse un trago. Pero mi atención estaba fijada en ella, como un cazador que mira a su presa. Ella seguía bailando y bebiendo cerveza, pero desde un principio se dio cuenta de que yo la observaba con insistencia, sonreía.

A mitad de la fiesta ya se le había puesto colorada la cara y bailaba con movimientos de cadera  propios del perreo. Surgieron varios galanes que se turnaban para bailar con ella. Yo no le quitaba los ojos de encima.

Cuando nuestros ojos se cruzaron por enésima ocasión, levanté mi caballito de tequila como diciendo salud. Ella enfatizó su sensual ritmo y sonrió. La llamé con la mirada mientras pensaba lo patético que se vuelve uno cuando el alcohol se convierte en el conductor, y recordé cuando yo mismo dejaba que fuera el alcohol el que guiara mis actos, hasta que una muy querida maestra me dio una cátedra de manejo del tequila y me enseñó la forma de tomar sin embriagarme, me enseñó a disfrutar del sabor y de los efectos saludables de la que ha sido mi bebida favorita.

Se acercó y me preguntó si no bailaba. Le dije que prefería aprovechar mi energía en otro tipo de bailes y le tomé la mano. La acerqué a mí y besé su cuello. Ella pegó su cuerpo al mío y me ofreció sus labios. Como dije antes, en el auto comprobé que su fama había sido bien ganada.

Ahora que escribo esto quiero recordar algún detalle de ella, a qué se dedica, si le gusta leer u otra cosa a parte de su afición por el sexo oral, pero la realidad es que no hablamos de ello, o para ser más exacto, no hablamos.  

Cuando le llamé por teléfono días después me preguntó muy enojada que quién chingados era yo y de dónde saqué su número. Le ofrecí una disculpa y colgué, me reí a carcajadas. Por lo menos sí sé que su nombre es Deli. Lo que no recuerdo es si yo le dije el mío.

viernes, 22 de julio de 2011

Palabras escasas

Y luego está el problema de las edades. Tú, inmensamente menor, como un lejano sueño que no se alcanza a definir. Que se mira borroso e intermitente. Como la ola que se acerca a mis manos y cuando trato de asirla se va, se retira y me mira inmutada; y en cada ciclo me hace pensar que será esta vez, que ahora sí estará en mis manos, que por fin la habré de tener. Y lo único que agarran mis manos es la nada que hace más evidente el vacío, la nada que me apura a llenar, a llenar con algo, con lo que sea. Sólo llenar. La nada que deja de serlo cuando se vuelve algo: una ausencia.

Cuando alcanzo a percibir que estoy horadando mi cordura, grito: ¡alto!; y sin ser taumaturgo el mundo se detiene para que pueda recobrarme, reencontrarme. Y luego toma de nuevo su impulso y sigue.

Hasta los versos de Aridjis se me aparecen y me ayudan a desertar:
"... La edad nos separaba,
como a dos cuerpos,
no de tamaños distintos,
sino de espacios diferentes.
Y mis manos asiéndote,
mis brazos abarcándote,
no podían asirte,
no podían alcanzar tu cuerpo, tu mirada".

Y encuentro, en mis cuadernos, textos que contradicen lo que hoy percibo:

"A mí siempre me gustaron las mujeres mayores que yo. Puede ser que esto se deba a mi pronta madurez que alcancé por convivir desde pequeño con niños y niñas de más edad.

Un día la muchacha que ayudaba a limpiar la casa entró a mi recámara, se quitó el vestido y me besó apasionadamente. Tomó mis manos e hizo que le tocara todo su cuerpo. Aún recuerdo el sabor a paleta de cereza de aquel beso. Desafortunadamente llegó mi tía en ese momento y Ángela salió corriendo del cuarto, se vistió en el baño y yo salí para abrir la puerta. Nunca he entendido por qué a mis diez años nunca le conté eso a nadie. Ella se hizo novia de un vecino y se pasaban las noches teniendo sexo al fondo de un jardín".

Finalmente, concluyo que hubo un cambio, impredecible y silencioso. Un cambio que modificó mis paradigmas reales e imaginarios. Y a pesar de que sé lo que pasó, y si no lo sé, lo intuyo; es claro que no lo entiendo, o mis palabras son escasas y no puedo describirlo. No alcanzo a plasmar como me hice adicto a ti.

lunes, 18 de julio de 2011

Nunca es tarde

Estoy cansado de crear, imaginar o inventar escenarios imposibles. Creo que debería ocupar mi tiempo en cosas más productivas. Por más que he buscado y trazado líneas de tiempo en los que, por causas artificiales, nuestros caminos se junten, invariablemente me encuentro con resultados poco alentadores. Me trauma no ser capaz de elaborar un esquema en el que exista el nosotros. ¿Falta de creatividad o exceso de realidad?.

Enredarse en jugar con el tiempo puede volverse vicio. Ensoñar parece un arte, pero en realidad se hace un desastre. Especialmente cuando la materia del ensueño no comparte un interés común. Cuando cada uno hace una lucha distinta. Cuando los deseos son inversos y no concurrentes.

Solía tener sentido común antes de que aparecieras en mi camino, o mejor dicho, antes de que forzara mi camino para encontrarte. Y sí, lo sabía. No puedo fingir ignorancia porque es contrario a mi naturaleza. Es así.

Pero ahora profeso que nunca es tarde para dejar de intentar absurdos. Nunca es tarde para dejar de lanzar la imaginación al abismo. Nunca es tarde para aterrizar y poner un alto a los derroches de imaginación portentosa. En pocas palabras, nunca es tarde para dejar de actuar como imbécil.