domingo, 9 de noviembre de 2014

De recuerdos y otro males

Los recuerdos dolorosos se estacionan en medio de los ojos. Son como un bache en la carretera, de esos que te toman por sorpresa cuando vienes a una velocidad importante. Que provocabn que toda la carrocería retumbe porque caíste por completo. Así sucede con los recuerdos, te atrapan y te conducen a un callejón sin retorno donde una y otra vez se repite la historia, la misma película, el mismo dolor, la misma angustia, vivir recordando, recordar los dolores, doler de nuevo.

Cuando me di cuenta de esto, tomé los recuerdos con la mano izquierda y los lancé por una coladera. Dice Don Juan Matus que el hombre de conocimiento no tiene una historia personal, y yo estoy de acuerdo. No sabes cuánta carga dejé de arrastrar conmigo, cuánto peso me ahorré, cuánto tiempo dejé de perder en pensar cosas que ya habían pasado. Esto tan simple me permitió dedicar mi energía a construir un mejor hoy, a mirarme desde un campo visual sin los límites que imponen los sucesos anteriores. Vivir auí y ahora.  

Por eso es que a veces no me salen las palabras mientras esperas que te cuente algo, por eso prefiero el silencio antes que buscar en algún recoveco escenas olvidadas, antes que jugar con el tiempo y volver ¡pff! —volver, esa palabra que implica el retroceso y la insistencia—  volver a vivir lo mismo. Vivir lo vivido, dejar de vivir por un momento. No, eso no es lo mío.