Mi primer trabajo fue en el balneario olímpico. En el boliche. Sábados y domingos de las nueve de la mañana a la una de la tarde. En aquellos tiempos no había máquinas automáticas que levantaran los pinos y regresaran la bola al jugador. Entonces, teníamos que estar sentados detrás de la mesa, esperar a que tiraran, colocar los pinos caídos en una especie de plancha; y enviar de regreso la bola para que continuara el juego.
Cinco pesos la hora, algunos moretones en las espinillas y un callo que hasta la fecha no se quita, fueron mi ganancia de esa actividad.
A veces, cuando no había jugadores, me metía al balneario para hacer mandados a los bañistas. Comprar en las tiendas las papas, chescos, pan bimbo y jamón, era lo más solicitado. Los cambios, generalmente, eran la propina.
Era realmente un buen sitio para un niño de 7 años que buscaba algún dinero para sus gastos diarios.