viernes, 25 de junio de 2010

El cuerpo es mi prisión

Por qué una mujer casada, con un tipo muy guapo, -según ella- habría de correr a refugiarse a mis brazos cada vez que la tarde le sorprende renegando de la imagen que el espejo le regresa. Por qué, entonces, habría de insistir en pasar tiempo conmigo, si como dice, soy un idiota, insensible, vanidoso, soberbio, sarcástico a más no poder,  que sólo pienso en mí, cuya única virtud es tener magia en las manos y en la boca.

A ella no le importa contradecir el sexto y noveno mandamiento de su catecismo que hasta antes de conocerme le guiaba por la vida. No le importa que por muchos años sólo unas manos habían tocado su cuerpo. "Pero las tuyas son diferentes" dice, cuando compara la intimidad de su matrimonio. "Las tuyas me cimbran desde el fondo de mi ser" -No exageres- le digo, -yo creo que es sólo que te has condicionado-. Se enoja, y con coraje apaga mi ipod. "Que pinche música tan lúgubre" dice, justo cuando Metallica explota el solo de One. Pobre, pienso, de plano no sabe nada de rock.

Me chocan las mujeres casadas, siempre haciendo comparaciones. Siempre queriendo encontrar lo que no le piden al esposo. Y siempre encontrando a la persona equivocada. Sin decir nada enciendo el ipod y, en voz alta, canto junto a James Hetfield:  "IMPRISONING ME / ALL THAT I SEE / ABSOLUTE HORROR /  I CANNOT LIVE / I CANNOT DIE /  TRAPPED IN MYSELF /  BODY MY HOLDING CELL..."

domingo, 20 de junio de 2010

Nada existe

¿Y dices que no soy fiel? No estoy de acuerdo. Porque nada existe detrás de estas cuatro paredes, porque no hay otra ni otras mientras estamos juntos. Solos tú y yo. Aquí y ahora, tiempo y espacio conjugados. Porque si hubiera otra estaría aquí, y tú allá; o tal vez yo en otro lugar, en otra circunstancia. 

Nada existe si no lo piensas. Y mientras estás conmigo, te pienso, te invoco y te siento. Y nada pasa sino nuestro encuentro, nada más allá de tus manos; y tu boca; y tus deseos; y tu entusiasmo. Nada importa si llueve o si hay sol, no existen, estamos juntos, aquí y ahora, sin viento, sin nubes, sin aves, sin frío, sin calor. Solos tú y yo. 

Y cuando salimos al mundo y estoy con ella, sólo estamos ella y yo.  Y mientras está conmigo la pienso, la invoco, la siento. Y nada existe, sólo ella y yo.

miércoles, 16 de junio de 2010

Huída

No sé cómo preguntarte por qué estás junto a mí. Ni siquiera recuerdo cómo fue que llegamos a este hotel. Lo último que pasa por mi mente es la noche, el son cubano, tu cintura entre mis manos mientras bailábamos. Bebíamos tequila, derecho cómo beben los mexicanos. Y luego, nada. Existe una laguna mental, inmensa, que termina justo en esta cama con tu cuerpo junto al mío. 

Ahora duermes, y yo... me largo de aquí.

viernes, 11 de junio de 2010

Virtual


Cuando llegué al Sanborns de Coapa busqué con impaciencia a una chica con playera roja y jeans de mezclilla. Cuál fue mi sorpresa cuando la encontré. Ahí estaba, hermosa, alta, con unos ojos penetrantes, nariz pequeña, sensualidad en su boca. Una cintura perfecta, piernas largas y cabello rojizo. Cuando me vio, sonrió. Me acerqué a ella y nos dimos un beso prolongado, ni parecía que era la primera vez que nos veíamos. Nuestras manos no dejaban de recorrer nuestros cuerpos. Era sólo la antesala de lo que vendría en unos minutos después.


A Mary la conocí por Internet, ¿Alguien se acuerda del Messenger de Odigo? Nuestras primeras conversaciones eran de temas intrascendentes, del trabajo, de la familia. Hasta que un par de meses después de conversar del diario, hasta altas horas de la noche, nos animamos a vernos personalmente.


Recuerdo que me preguntó si había tenido sexo alguna vez en una primera cita. No, le mentí. Puede decirse que a Mary le debo mucho de lo que sé sobre el arte de amar. Le encantaba hacer el amor los sábados. Me citaba temprano y pasábamos todo el día en un hotel a la entrada de Xochimilco. Más de una vez, estando por salir, me regresó para “echarnos el último”  decía, llegó a pedirle al recepcionista que le prestara la llave de la habitación, que acabábamos de entregar. Si bien fueron geniales esos encuentros, que duraron más de tres meses, lo cierto es que nunca pude conocer algo más sobre ella, salvo que su mayor placer era dar placer.


Hasta que cierto sábado, después de bañarnos, quizá por  el vino tinto que tomamos, empezamos a charlar. Ella recostada, completamente desnuda porque también desnudó su alma, me contó de su niñez, lloró al recordar ciertos episodios, terriblemente dolorosos. Me habló de su papá, de sus hermanos, de lo sola que había crecido. Después se levantó. “Me encabrona hablar de esto, me encabrona llorar”, gritó. Se vistió y me dijo que nos fuéramos. Salimos. Se despidió de mí. Tomó un taxi. 
 
Fue el último día que nos vimos. Me bloqueó de sus contactos. Cambió el número de su celular. Me envió un último correo que decía algo como: “Decidí no vernos más, porque me hiciste sacar lo peor de mí, porque si empezamos a hablar de nuestros sentimientos terminaré enamorándome de ti y porque sé que más de la mitad de lo que me has contado es mentira, sé que terminaré lastimada. Qué pena,  me encantaba estar contigo, pero habíamos quedado que sólo sería sexo y yo, estaba incumpliendo”. Acto seguido, canceló su cuenta de email.

domingo, 6 de junio de 2010

La Barbi

No recuerdo alguna fiesta en que haya llegado a saludar a la concurrencia, y menos, en que me haya despedido antes de salir. Ni siquiera del anfitrión.  Eso de los formalismos no son lo mío. Generalmente cuando se percatan de mi presencia es porque ya estoy en la barra tomando tequila; y así como llego, desaparezco.

Cuando Karla me preguntó a qué hora llegué, le dije: -tú sabes que no uso reloj, no suelo ser esclavo del tiempo, francamente me importa poco qué hora marquen las manecillas.- Así terminó aquella relación, en su fiesta de cumpleaños. Tampoco creas que le importó mucho, de hecho, no encontraba la forma de que terminara ese raro noviazgo. Hasta eso, le hice un favor.

En esa misma fiesta conocí a la Barbi. Llevaba unos mallones blancos que hacían notar más sus espléndidas curvas y un blusón semitransparente, llamaban la atención, además, sus chinos rubios y largos. 

Mientras tocaba un grupo de rock, bailamos y clickeamos como ella decía. Me llevó a su departamento, cerca de Ciudad Universitaria. Hicimos el amor toda la noche, mientras escuchábamos a Pink Floyd  y fumábamos mariguana.

Yo no sabía que la Barbi era novia del guitarrista del grupo, quien por cierto, era mi hermano mayor. Afortunadamente, él no se dio cuenta cuando la Barbi se salió conmigo y abordamos su vocho blanco. Al terminar de tocar la buscó. Preguntó a sus amigas si la habían visto, ellas sólo dijeron que la última vez la vieron bailando con un wey de negro y gafas oscuras. Ahora pienso lo genial que era la vida sin teléfonos celulares.

A la Barbi no la volví a ver jamás. Aunque varias veces he visto su cara en los promocionales de diversas obras  de teatro que se presentan en un famoso centro cultural. Te apuesto lo que quieras a que ni se acuerda de mí.

martes, 1 de junio de 2010

Con el pie derecho

No sé si te ha pasado que hay días que sientes que todo te sale bien, que te levantas con el pie derecho.

Es de esos días en que te despiertas antes de que suene la alarma de tu celular, que bajas a desayunar y encuentras en el refri gelatinas de naranja; que cuando terminas de bañarte pareciera que el reloj no avanzó y sales a tiempo de tu casa. Y cuando subes a tu auto te das cuenta que aún tienes medio tanque de gasolina, aunque no recuerdas cuándo fue la última vez que cargaste. Extraños días en que pareciera que toda la ciudad salió de vacaciones, no ves autos en las calles y los pocos que se cruzan en tu camino te dejan libre el carril por el que circulas. 

En días así, tienes más soluciones que problemas, muchas repuestas y pocas preguntas. Tu trabajo pareciera hacerse solo, llegas a la oficina y los pendientes se han reducido al mínimo. Abres tu cartera y encuentras algún billete que se había escondido. En fin, que piensas que estás viviendo la vida de otro, de otro a quien le ha sido otorgada la gracia de la vida fácil.

A mí me ha pasado en los últimos meses. Es justamente en esos días en que evito estar cerca de ti. En que procuro mantenerme ocupado y distante. Son los días en que acaso te dirijo la palabra un par de veces. 

Y es que me doy cuenta que como todo marcha tan bien, seguramente encontraría las palabras exactas para manifestarte mis deseos, mis afectos. Y si la fortuna siguiera de mi lado, y accedieses a mis pretensiones, me sentiría como si estuviera traicionando a la fatalidad que me ha acompañado desde siempre, fiel comparsa que sólo toma vacaciones algunos días al año.