jueves, 29 de noviembre de 2012

Reencuentro

Por fin me reencuentro con mi vieja lap. Tan olvidada como me olvido a veces de mí mismo.

Olvidarse de uno mismo es un ejercicio más común de lo que pudiera creerse y, tal vez, sucede de forma imprevisible.

Me olvido de mí cuando trato de recrear el pasado.
Cuando enfoco a los otros.

Cuando pienso en los defectos de los demás y
 hago énfasis en cada detalle.

Cuando permito que las ideas de los otros
se impongan a las mías.

Cuando abandono mis principios e ideales,
así, nada más para no discutir.

Cuando me escondo del mundo bajo las sábanas.
Cuando me pregunto por asuntos que
no tienen relación conmigo.

Cuando me pongo a averiguar
de las tristezas ajenas.
Cuando me preocupo por las preocupaciones de alguien.

Encuentro mi vieja lap en una esquina de la casa, la enciendo y veo que aún funciona. La sacudo y limpio su pantalla, escucho el sonido de las teclas que bajan y suben mientras escribo. Y mis dedos entonan un concierto de letras y espacios para dejar en tinta electrónica un testimonio de este reinicio que habrá de continuar hasta que los nuevos silencios salgan a la luz y marquen otro ciclo. Otra vuelta.

lunes, 18 de junio de 2012

Cicatrices

Cuando me voy a bañar ocupo largos minutos para mirarme en un espejo de pared que tengo en la puerta de la ducha. Es un espejo largo y profundo, que parece abarcar la casa de a lado. En ese espejo he descubierto cicatrices que aparecen o desaparecen a voluntad. Hoy por ejemplo, de reojo miré sobre mi pecho una especie de llama, una pequeña flama, como de una fogata que se consume. La revisé con calma, probé borrarla con las yemas de mis dedos, intenté pasar un algodón con alcohol, sólo por no dejar, pero la cicatriz seguía a la vista. Entonces comprendí que era el resultado de muchas noches lejos de ti y por eso te espero afuera de tu casa y mientras sales, escribo para borrar cicatrices que no recuerdo haber visto antes.

lunes, 4 de junio de 2012

La nada de ti

A veces hace falta encontar un espacio entre los gruñidos de un perro.  Lo busco en una esquina sin vuelta. Uno puede ser invisible, sobre todo cuando los párpados de una hermosa mujer se cierran.

No tengo imágenes en mi memoria contraída, mis momentos se hacen nubes y se pierden entre las nubes. Soy un mito, soy una historia escrita a cuatro manos. Las mías y las del otro. En ocasiones me gusta más ser el otro. El que se esconde tras la máscara del que soy.

Mi perro se acerca a mis pies mientras estoy sentado en este parque solitario. En esta noche sin luna. Noche sin ti. Está siempre alerta, gruñe ante cualquier movimiento del viento. Lo sigue con la mirada como un cazador. El viento se esconde —precavido—  tras las hojas de los árboles.

Y mis ojos se pierden tras una larga fila de insectos que se cansan de intentar encontrarme. Les ofrezco una pista, estoy aquí.

Y prefiero cerrar los ojos y pensar en la nada de ti que de pronto me ha envuelto. Mientras evoco a Bukowski y sonrío, ante la falta de una copa en la mano.

No hay nada que discutir / no hay nada que recordar / no hay nada que olvidar / es triste / y no es triste / parece que la cosa más sensata /que una persona puede hacer / es estar sentada con una copa en la mano.

lunes, 27 de febrero de 2012

Sigo siendo el mismo

Despierto y veo que sigo siendo el mismo. 

A nadie sorprenden mis cambios repentinos. Ya nadie se asusta de verme con los ojos llenos de vacío. Sin esa inmediata dilatación que se supone debería provocar la luz en mis pupilas. El de la bata blanca agita su cabeza. Guarda la luz en el bolsillo. Me ajustan el blanco cierre de dos camisas que no dejan moverme.

Soy el reflejo de tus dudas, soy el mar que devoró tu canto. No intentes alcanzarme, estoy junto a ti y sin moverme. Tímida sombra que aparece bajo tu manto. ¿Y si las mañanas regresaran? Quiero irme nadando en una nube de verano. Tomar tu mano y poder gritar de pronto. Un segundo que se acorta en el tic tac de un reloj que indica la hora de una ciudad que no conozco. ¿Recuerdas tu nombre ahora? Sólo puedo pronunciar estas palabras. Mar, canto, luz, verano. 

Amanece y me despierto. Sigo siendo el mismo.

domingo, 22 de enero de 2012

Tatuaje

Regreso a casa después de estar medio día con mi novia. Sí, leíste bien, tengo una novia. Aunque parezca idiota, lo he vuelto a hacer. Volví a caer en una estrella fugaz como es el amar. Una estrella que, con todo y su hermosa juventud, me complementa.

Ya sé que tengo cientos de historias que deberían servir para desistir de este intento. Ya sé que mis finales favoritos no son los de un cuento de hadas. Ya sé que la memoria de repente se desborda, sale de su celda y surge. Evoca pasajes olvidados. Pero qué importa, si, al final, sus labios logran detener el tiempo. Si sus manos intercambian energía con las mías. Si me ofrece una habitación entre sus brazos, con esa hospitalidad propia de quien ama. 

Me estoy tatuando su nombre en la mente y un tatuaje permanece, siempre.

Regreso a casa y sigo oliendo a su cuerpo, mis manos son su aroma. Mis labios saben a su sexo. Fruta exótica que se vuelve un vicio, una adicción. Me recuesto sobre la cama, cierro los ojos. La miro sobre de mí. Y sé, cuando me habla con sus ojos, que nos hemos conjugado. 

Y busco mi sitio en la cama, mientras Sabina se adueña de mi ipod:


"Apenas vi que un ojo me guiñaba la vida
Le pedi que a su antojo dispusiera de mi
Ella me dio las llaves de la ciudad prohibida
Yo todo lo que tengo que es nada se lo di..."


Y encuentro que hasta los sueños han regresado, me duermo como nunca.