martes, 1 de junio de 2010

Con el pie derecho

No sé si te ha pasado que hay días que sientes que todo te sale bien, que te levantas con el pie derecho.

Es de esos días en que te despiertas antes de que suene la alarma de tu celular, que bajas a desayunar y encuentras en el refri gelatinas de naranja; que cuando terminas de bañarte pareciera que el reloj no avanzó y sales a tiempo de tu casa. Y cuando subes a tu auto te das cuenta que aún tienes medio tanque de gasolina, aunque no recuerdas cuándo fue la última vez que cargaste. Extraños días en que pareciera que toda la ciudad salió de vacaciones, no ves autos en las calles y los pocos que se cruzan en tu camino te dejan libre el carril por el que circulas. 

En días así, tienes más soluciones que problemas, muchas repuestas y pocas preguntas. Tu trabajo pareciera hacerse solo, llegas a la oficina y los pendientes se han reducido al mínimo. Abres tu cartera y encuentras algún billete que se había escondido. En fin, que piensas que estás viviendo la vida de otro, de otro a quien le ha sido otorgada la gracia de la vida fácil.

A mí me ha pasado en los últimos meses. Es justamente en esos días en que evito estar cerca de ti. En que procuro mantenerme ocupado y distante. Son los días en que acaso te dirijo la palabra un par de veces. 

Y es que me doy cuenta que como todo marcha tan bien, seguramente encontraría las palabras exactas para manifestarte mis deseos, mis afectos. Y si la fortuna siguiera de mi lado, y accedieses a mis pretensiones, me sentiría como si estuviera traicionando a la fatalidad que me ha acompañado desde siempre, fiel comparsa que sólo toma vacaciones algunos días al año.