Karim era el mejor receptor del equipo de futbol americano que se estaba formando en la prepa 1. Los Bulldogs. A mí me invitaron a ser el entrenador de receptores, por eso lo conocí.
Siempre con el cabello a rape, con una gorra, o con un paliacate, cubría su calva, resultado de infinidad de quimioterapias para combatir el cáncer, que desde hacía un año, le habían diagnosticado.
Pero eso nunca fue impedimento para que en los entrenamientos siempre fuera el ejemplo a seguir. Si había que dar vueltas al campo, iba en primer lugar, cuando subíamos el cerro de La Noria, corriendo para hacer resistencia, impulsaba a los gorditos de la linea a seguir adelante, regresaba por ellos, no le gustaba que nadie del equipo se quedara atrás. Tenía la vitalidad del que sabe que podría estar viviendo el último día de su vida, disfrutaba al máximo todo lo que hacía.
A pesar de todo, nunca estuve de acuerdo en que fuera el cáncer su impulso para disfrutar de todo, nunca me pareció que una amenaza a la vida, pudiera causar tanta vida. Cuando hablaba del cáncer yo le decía que sólo era un episodio que podría superar, que no pensara en que iba a morir de ello.
Y así fue, Karim no se fue por el cáncer, sino por una bala en la cabeza. Cuentan que un viernes, afuera de la prepa, mientras se festejaba la tradicional quema del burro, pues el fin de semana se realizaría una contienda más del cásico Pumas - Poli, los muchachos traían su relajo, música, chelas, gritos. Corrían en el antiguo camino a xochimilco, cuando un automovilista al ver la turba sacó un arma e hizo disparos al aire. Una de las balas se alojó en la cabeza de Karim.
Cuando me dieron la noticia, renuncié al equipo.
Nunca he sido de llorar por los que anticipan su transición. Ahora él sabe que la vida es eterna.
Nunca he sido de llorar por los que anticipan su transición. Ahora él sabe que la vida es eterna.