domingo, 9 de noviembre de 2014

De recuerdos y otro males

Los recuerdos dolorosos se estacionan en medio de los ojos. Son como un bache en la carretera, de esos que te toman por sorpresa cuando vienes a una velocidad importante. Que provocabn que toda la carrocería retumbe porque caíste por completo. Así sucede con los recuerdos, te atrapan y te conducen a un callejón sin retorno donde una y otra vez se repite la historia, la misma película, el mismo dolor, la misma angustia, vivir recordando, recordar los dolores, doler de nuevo.

Cuando me di cuenta de esto, tomé los recuerdos con la mano izquierda y los lancé por una coladera. Dice Don Juan Matus que el hombre de conocimiento no tiene una historia personal, y yo estoy de acuerdo. No sabes cuánta carga dejé de arrastrar conmigo, cuánto peso me ahorré, cuánto tiempo dejé de perder en pensar cosas que ya habían pasado. Esto tan simple me permitió dedicar mi energía a construir un mejor hoy, a mirarme desde un campo visual sin los límites que imponen los sucesos anteriores. Vivir auí y ahora.  

Por eso es que a veces no me salen las palabras mientras esperas que te cuente algo, por eso prefiero el silencio antes que buscar en algún recoveco escenas olvidadas, antes que jugar con el tiempo y volver ¡pff! —volver, esa palabra que implica el retroceso y la insistencia—  volver a vivir lo mismo. Vivir lo vivido, dejar de vivir por un momento. No, eso no es lo mío. 

martes, 3 de junio de 2014

Lo cotidiano

Abro los ojos. No logro reconocer el tiempo que me rodea. No sé si aún es hoy o ya es mañana. Las dos botellas de tequila siguen tiradas en la alfombra de la casa. Esta casa gira en sentidos opuestos, me marea su movimiento incesante. Recorro la cortina para que ingrese un poco de luz, es inútil. Es la hora en que no es de día ni de noche, por eso resulta imposible determinar el día en que vivo. Busco a mi perro por la sala y por el patio, dónde pinches se habrá metido, pinche Rocko. No lo veo, intento un chiflido y sale una especie de bufido que no se escucha. Es un hecho, no está en casa.

Me siento tentado a salir y tocar la puerta de la vecina, preguntarle qué día es y si vio salir a mi perro. Me avergüenzo y declino. Sería la tercera vez en esta semana que le pregunto lo mismo. Camino hacia el baño, abro la llave del lavabo, la que debiera entregar agua caliente, sólo hay fría. Me lavo la cara y me toco apenas el cabello para intentar peinarlo. No hay toalla a la mano, me seco con la playera que traigo puesta y busco mis lentes oscuros. No puedo salir sin ellos. Vuelve la sed. Abro de nuevo la llave del lavabo y con las dos manos hago un recipiente para beber agua.

Salgo a la calle y parece que todo sigue igual que cuando llegué a casa la última vez. Los mismos carros viejos estacionados, la misma basura, el mismo olor a miados de perro. Doy unos pasos hasta la esquina y veo venir al Rocko, me mira y corre meneando la cola en todo lo alto. Acaricio su cabeza, y regresamos a casa. Apenas entramos y regresan los mareos. Recojo una botella y me tomo el último trago de tequila que se escondía en el fondo. Recorro la cortina, ahora quiero que la oscuridad se apodere de la casa y me envuelva en un letargo largo y profundo. Busco una nueva botella de tequila que aleje las luces que insisten en iluminar mi mente. Recuerdo que sigo sin saber el día que es. Abro la puerta, salgo, y toco en la casa de la vecina, esta vez será diferente, no le preguntaré nada sobre mi perro.



viernes, 18 de abril de 2014

Campo de astillas

A veces mi piel se pone de nena y exige unas manos que le obsequien caricias. Y es cuando me odio por no lograr provocarte emociones efusivas para que te entregues en un abrazo largo y duradero. Uno sabe que las ganas se agotan en un día cualquiera como se agota el sabor del beso robado. 

El espejo es una fuente de dudas y de verdades. El tipo del espejo cada vez se mira apesadumbrado. El tiempo deja rastros que se reflejan en la ausencia de brillo en sus ojos y el color de su pelo que se extingue. No cabe duda, en un abrir y cerrar de ojos inicia el camino de regreso. El camino hacia la nueva eternidad. Y en ese camino no vale ir en pareja. El boleto individual se cobra por separado. Mejor estar preparado para renovar la soledad y el aislamiento. Un camino angosto que exige caminar de a uno. 

Mi piel es un campo sembrado de astillas. Hiere tus manos cuando la tocan, acaso soportas un leve segundo y te alejas. Te retiras. Sangran tus manos de recuerdos, de heridas que acarician. Hay los que se habitúan al tacto doloroso. Y hay quienes le huyen. 

A veces mi piel se pone de nena y te sueña. Y el odio a mi debilidad se incrementa. Y sólo me queda mirar al tipo del espejo que esconde sus nuevas arrugas con un disfraz de serenidad, con un gesto que intenta parecer una sonrisa sin lograrlo.