martes, 3 de junio de 2014

Lo cotidiano

Abro los ojos. No logro reconocer el tiempo que me rodea. No sé si aún es hoy o ya es mañana. Las dos botellas de tequila siguen tiradas en la alfombra de la casa. Esta casa gira en sentidos opuestos, me marea su movimiento incesante. Recorro la cortina para que ingrese un poco de luz, es inútil. Es la hora en que no es de día ni de noche, por eso resulta imposible determinar el día en que vivo. Busco a mi perro por la sala y por el patio, dónde pinches se habrá metido, pinche Rocko. No lo veo, intento un chiflido y sale una especie de bufido que no se escucha. Es un hecho, no está en casa.

Me siento tentado a salir y tocar la puerta de la vecina, preguntarle qué día es y si vio salir a mi perro. Me avergüenzo y declino. Sería la tercera vez en esta semana que le pregunto lo mismo. Camino hacia el baño, abro la llave del lavabo, la que debiera entregar agua caliente, sólo hay fría. Me lavo la cara y me toco apenas el cabello para intentar peinarlo. No hay toalla a la mano, me seco con la playera que traigo puesta y busco mis lentes oscuros. No puedo salir sin ellos. Vuelve la sed. Abro de nuevo la llave del lavabo y con las dos manos hago un recipiente para beber agua.

Salgo a la calle y parece que todo sigue igual que cuando llegué a casa la última vez. Los mismos carros viejos estacionados, la misma basura, el mismo olor a miados de perro. Doy unos pasos hasta la esquina y veo venir al Rocko, me mira y corre meneando la cola en todo lo alto. Acaricio su cabeza, y regresamos a casa. Apenas entramos y regresan los mareos. Recojo una botella y me tomo el último trago de tequila que se escondía en el fondo. Recorro la cortina, ahora quiero que la oscuridad se apodere de la casa y me envuelva en un letargo largo y profundo. Busco una nueva botella de tequila que aleje las luces que insisten en iluminar mi mente. Recuerdo que sigo sin saber el día que es. Abro la puerta, salgo, y toco en la casa de la vecina, esta vez será diferente, no le preguntaré nada sobre mi perro.