Despiertas, buscas con tu mano el cuerpo de tu compañera, de esa mujer que se ha impreso en tu piel, en tu memoria, en tu tacto, en tu olfato y hasta en tu aura. No la encuentras.
Abres los ojos y reconoces una habitación con muchas lámparas, no es tu casa, luego entonces, es un hotel. ¿Cómo estar en un hotel sin ella?. Te sientes como un imbécil cuando recuerdas cómo llegaste a ese lugar.
Extiendes tu brazo para alcanzar la blackberry y le envías un mensaje amoroso. No te contesta. La vida suele ser tan sarcástica como tú.
Y ahí permaneces, con los ojos abiertos, mirando al reloj que parece negarse a avanzar después de las 3:45. Buscas entre tus cosas un libro que te salve, todos han sido leídos. Hurgas en un cajón y encuentras un compendio de los Santos Evangelios, te apuras a leer: "No contamina al hombre lo que entra en la boca, sino lo que sale de la boca, eso es lo que mancha al hombre..." Mateo 15:10.
Dejas a un lado el pequeño libro y cierras los ojos, una mirada conocida te encuentra, te saluda. Mirada tierna, amorosa, cálida. Te pierdes con ella y descansas, aunque sigues despierto.