miércoles, 11 de septiembre de 2013

Que sabe a manzana

El sabor de un lejano recuerdo me amarga la boca. Se apropia de mi lengua y de mi garganta. Inútilmente pretendo expulsarlo usando un enjuague bucal que sabe a manzana.

Me mareo cada vez que los bloques de recuerdos encuentran el sitio de donde fueron extraídos, extirpados con una cirugía fina en manos de un inexperto doctor de barrio. Suenan las alarmas, los ojos se borran, los latidos le recuerdan al corazón que la sangre debe circular y éste obedece, manso, dócil. Las nubes bajaron del cielo y se alojaron en mis pupilas. La casa —esta casa de siempre— se mueve a cada abrir y cerrar de ojos. Intenta confundirme entre sus pasillos sin puertas.

Es una mañana sin espejos. Las palabras se construyen como un rompecabezas incompleto que rematan en una tienda en bancarrota. Cómo saliste de ahí, cómo escapaste, me pregunto mientras se integra mi noción de tiempo y de espacio. Debieras volver a tu nada original, a donde no dañas. Eres como una falta ortográfica, como un borrón en un examen. Como una marca en la nariz de un adolescente. 

Esta vez ni tus nalgas podrán salvarte. Te expulso, te veto. Te niego en la negación de lo que nunca has sido. Pasarás otros tantos años en ese mundo que escondo bajo la piel de mis manos, en el mundo que obedece al pensamiento no deseado.