viernes, 1 de enero de 2016

Eterna juventud

Tres treinta de la mañana. Luego de celebrar la cuenta de los días, la conclusión de un ciclo y el reinicio de una nueva cuenta de estos días que habrán de conformar un nuevo ciclo llamado año, que de acuerdo con el Calendario Gregoriano en esta ocasión será año bisiesto; después de abrazar y ser abrazado por todos los integrantes de mi familia y después de brindar tras escuchar los parabienes que se lanzaron al universo, regresé a casa donde mi perro esperaba mi llegada. Todavía en medio del sopor en el que el tequila me envolvió, lo abracé emocionado e hice un brindis por su salud y por su felicidad. El Rocko, impávido, me miraba e intercambiaba la mirada hacia la puerta. Su clásica señal que significa que es urgente salir.  Entendí que él tenía otras prioridades. Que lo único que le importaba era salir a buscar un lugar para hacer sus necesidades. Interrumpí mi discurso y le abrí la puerta. Salimos a caminar por el barrio para que hiciera lo suyo. Regresamos a casa y se fue directo a su lugar favorito para dormir: la parte superior de la escalera de emergencias. Pinche Rocko, me quedó claro que le valen madre los años nuevos. Que no le importan los nuevos meses, semanas y días. Tras quedarme un momento observando cómo se echaba a dormir entendí por qué no envejece.