martes, 30 de agosto de 2011

Hereje

"Eres un hereje": era la frase favorita y la más repetida por una antigua novia cada vez que me negaba a ir a las misas de bodas, quinceaños, graduaciones, presentaciones y todas las homilías que se puedan imaginar. Y ahora que me doy cuenta, ahora que estoy reflexionando en el tema, es una de las frases que he escuchado con mayor insistencia. Hereje: Persona que niega alguno de los dogmas establecidos por una religión. En todo caso, yo no entraría en esa categoría. Porque yo niego todos los dogmas establecidos por toda religión. Y sin embargo, mi relación con Dios es excelente.

Sabina, Paz, Sabines, Benedetti y tantos otros, me han alimentado varios conceptos de Dios, todos errados. Cómo no recordar aquello de: "Antes de conocerte sólo me hacía falta Dios. Ahora me haces falta tú. Y era más fácil vivir con la ausencia de Dios que con la ausencia de ti...". 

O bien: "Me encanta Dios. Es un viejo magnífico que no se toma en serio. A él le gusta jugar y juega, y a veces se le pasa la mano y nos rompe una pierna o nos aplasta definitivamente. Pero esto sucede porque es un poco cegatón y bastante torpe con las manos..."

Y mi favorito: "Dios insaciable que mi insomnio alimenta; Dios sediento que refrescas tu eterna sed en mis lágrimas, Dios vacío que golpeas mi pecho con un puño de piedra, con un puño de humo, Dios que me deshabitas, Dios desierto, peña que mi súplica baña, Dios que al silencio del hombre que pregunta contestas con un silencio más grande, Dios hueco, Dios de nada, mi Dios: sangre, tu sangre, la sangre, me guía..."

Hereje: ¡cuántas partidas causaste!, ¡cuántas despedidas!. Y sin embargo, mi relación con Dios es y ha sido excelente.

domingo, 21 de agosto de 2011

Fiesta sabatina

¿Por qué siempre me han de sentar en la mesa de las solteras? o como les digo a mis amigos para molestarlos, en la mesa de las disponibles. 

Pocos amigos he conservado desde que dejé de socializar. De repente me recluí en mis actividades y en mi casa, y dejé esa vida disoluta que por varios años fueron una de mis principales definiciones. Cantinas, bares, antros, moteles, fueron una constante para cada fin de semana.  Eso hizo que mi inminente proceso de divorcio fuera más llevadero.

Hace un par de semanas me llamó Frank, un viejo amigo que conozco desde mis épocas juveniles. —El sábado es la fiesta de Karen, tienes que ir. —¿Karen, tu hija?, le pregunté, mientras recordaba a esa niña que jugaba con una enorme pelota que le servía para detenerse y empezar a caminar. —Sí wey, pues cuál otra podría ser, ¿vas a ir solo, verdad? me preguntó, aunque sabía perfectamente la respuesta. —a huevo, le contesté.

Efectivamente, poco antes de que terminara oficialmente el sábado, llegué a la dichosa fiesta. Mi tradicional traje negro con una sudadera de cuello en v, botines y loción. Cuando llegué al salón, me atendió una amable señorita: —Me dice su nombre. Observé en su lista de invitados que mi nombre estaba agrupado con un par de hombres y seis o siete mujeres. Sonreí, mis amigos son extremadamente predecibles. —Francisco Zepeda, le dije. Ella revisó la lista y me preguntó: —¿usted es el papá de la quinceañera?, solté una carcajada y le señalé con un dedo el lugar donde se encontraba mi nombre, entonces me dirigió a una mesa junto a la pista de baile donde habían tres mujeres muy alegres, una con apenas una micro falda que dejaba ver por completo su ropa interior, negra. A su izquierda, estaba una más madura, con un vestido negro muy escotado y maquillada como queriendo quitarse unos diez años de encima, a ella le habrán aconsejado que debería lucir sus enormes senos en cada oportunidad, porque eso hizo toda la noche, Y junto a la silla que me tocaría ocupar, una hermosa joven con el cabello muy corto, vestida con una falda a la rodilla, amplia, y una blusa gris, semitransparente. El resto de los compañeros de mesa estaban bailando en la pista.

Apenas me había sentado cuando llegaron Frank y Magda, su esposa, me dijeron que por qué tan tarde, que pensaban que ya no iba a llegar, les dije que no dejaría de acompañar a Karen en esa fecha. Como si la hubiera invocado, Karen vino en ese momento, me abrazó muy feliz de verme y yo le di su regalo: una gargantilla de oro con su nombre grabado en una pequeña placa.  Se la puse en ese acto y se fue muy feliz a convivir con sus amigos.

Ana, que así se llamaba mi compañera de mesa, se estiró para servirse hielo en un vaso, de inmediato me ofrecí para prepararle su bebida, tequila con toronja. Le pedí al mesero que consiguiera limones y sal, para hacer la mejor paloma que jamás hayas probado, le dije. Ella sonreía. Probó su bebida y abrió los ojos muy grandes, me dijo que había quedado deliciosa. Le dije que preparar bebidas era sólo una de mis múltiples especialidades. Me preguntó si sabía bailar, que por qué iba solo, que si tenía hijos, que en qué trabajaba, que si vivia lejos, que si en mi trabajo viajaba, en fin, una entrevista que duró unos diez minutos, gracias a mis tradicionales respuestas monosilábicas. Para concluir con tremendo interrogatorio, la invité a bailar. Ahí se dejó llevar por el ritmo y se acopló perfectamente a mis manos y a mis brazos que la envolvían, la soltaban, la giraban y le marcaban la pauta para moverse. Mientras mis ojos se deleitaban con sus labios que de vez en vez se abrían como invitando a una fiesta de placer. Regresamos a la mesa tomados de las manos.

Dos horas después estábamos bailando en un hotel, tomando el vino tinto que alguien me regaló un día antes y que, afortunadamente, se había quedado en la cajuela de mi camioneta. En mi ipod sonaban canciones de Bryan Adams, aptas para la ocasión: "One night love affair / Tryin' to make like we don't care / We were both reaching 'out for somethin'..."

Ana cerraba los ojos, tratando de olvidar su reciente divorcio, -eso explicaba porque la habían sentado en la mesa de las disponibles- y nos enredamos en un vertiginoso remolino de tradicional sexo de fiesta sabatina. 

De verdad, no sé por qué siempre me sientan en la mesa de las solteras.

sábado, 20 de agosto de 2011

Hoyos negros

Darse cuenta de las limitaciones que uno se ha autoimpuesto suele ser causa de un nuevo episodio de insensatez. Y cuando la limitación implica el privarse de compañías deseadas, el rigor con que se mide y castiga tal osadía no tiene parangón.

Y en estas circunstancias la mejor compañía que la soledad permite es el blues de Real de Catorce, y escucho después de pasar un trago de tequila: "Nunca ningún amante es perfecto / ni tiene la sonrisa adecuada. / No siempre dice la palabra dulce; / a veces, ni siquiera sabe hacer el amor".

Mis preguntas del día son constelaciones inacabadas, son hoyos negros que destruyen todo lo que les rodea. Quisiera que estuvieras conmigo para arrojarte a las misteriosas posibilidades de no volver a verte.


viernes, 12 de agosto de 2011

Colección de datos

No sé cómo he aprendido tanta pendejada. Es como si tuviera activada una grabadora que capta sólo cosas sin ninguna utilidad. O como un radar que está alerta de descifrar datos que no me llevan a nada. Sé, por ejemplo, que los discos compactos fueron diseñados para contener 74 minutos de música grabada porque eso es lo que dura la novena sinfonía de Bethoven, o que es físicamente imposible lamerse el propio codo, también que los ojos de los burros están en una posición que les permite verse las cuatro patas al mismo tiempo y algo que me sorprende, que los búhos pueden distinguir el color azul.

Así, a lo largo de mi historia he ido acumulando en mi memoria una colección de datos que no sirven sino para comprender la patética y aburrida vida que he llevado.


lunes, 1 de agosto de 2011

Sin derecho

Tal vez lo único peor que ser un intruso es sentirse como un intruso. El que no fue invitado a la fiesta, pero que por algún azar está ahí: desconocido, ajeno. El vecino incómodo. El que saludas por compromiso con cara de lárgate de aquí. Un intruso es el que se ha introducido sin derecho a cualquier sitio, a cualquier situación. Sin derecho.

En ocasiones me siento como tal, sobre todo cuando me percato de la manera tan forzada en que entro en tu vida, sin derecho. Cuando reconozco que todo inidica que nuestros caminos deben bifurcarse. Cuando me alientas a desaparecer con tu indiferencia. Lenguaje silencioso, claro y preciso. Y yo, sólo finjo no darme por enterado, sin derecho, sin derecho a fingir. Sin derecho a detener lo que algún día ha de pasar, lo que tendrá que suceder necesariamente. Cuando todo siga su naturaleza.

El agua y el aceite no han de permanecer unidos, por más que se contengan en el mismo recipiente, por más que se agite y lleguen a confundirse por apenas un segundo. En cuanto llegue la calma, cada uno tomará su sitio: uno arriba y el otro abajo. A veces soy agua, a veces soy aceite. Sin derecho.

Álvaro Carrillo escribió una canción de la que tengo presente que "Hay ausencias que triunfan y la nuestra triunfó..." según entiendo significa que en ocasiones la mejor forma de hacer el bien es desaparecer, ausentarse, dejar al otro con su mismidad. Es sólo que la ausencia no es una costumbre que nos enseñen a tratar y mucho menos a entender, a aplicar. Por eso la reticencia a reconocerla como una opción, como una alternativa, como una decisión que tal vez llegue a ser la mejor en una vida. O como dice Silvio:
"Ahora sólo me queda buscarme de amante
la respiración.
No mirar a los mapas, seguir en mí mismo,
no andar ciertas calles,
olvidar que fue mío una vez cierto libro.
O hacer la canción..."


Aun así, confío en que llegará el momento de permitir que fluyan los caminos, de aceptar que la mejor forma de ayudarte es con un adiós. Espero estar ahí para verlo.