domingo, 13 de noviembre de 2011

Zara


No estoy muy seguro pero tengo la idea de que a mi hermana Zara le fue más complicado sobreponerse a la impresión de pobreza que vivimos en nuestra niñez. Ahora ella es una importante ejecutiva que trabaja en una empresa norteamericana de tecnología, vive en una enorme residencia con piscina en los Estados Unidos y a la menor provocación dice una frase: "nada de pobrezas".

Y es que si alguien padeció de las carencias familiares fue ella, porque era la más dedicada y clavada con los estudios; y porque nunca había suficiente dinero para comprar sus libros, su ropa, sus pasajes, etcétera. Mi otra hermana y yo éramos más conchudos y sabíamos arreglarnos para andar por la vida sin que mis padres nos proveyeran de dinero.

Cuando entré a la secundaria empecé a vender chácharas aprovechando mi estancia en los tianguis, donde mi madre vendía ropa usada y revistas atrasadas. Con la obtención de mis propios ingresos, que aunque no eran muy grandes, los dineros familiares, que se suponía me tocaban, se los cedía a Zara. Mi otra hermana constantemente le daba también lo de su semana para que ella tuviera sus pasajes seguros, no nos gustaba verla en la depre y en la neura porque le faltara algo. También de vez en cuando me gustaba comprarle algo de ropa nueva. Eso le hacía muy feliz.

Así que, con todo y los obstáculos económicos, terminó el bachillerato, ingresó a la universidad y cursó su carrera. Inmediatamente que se incorporó a la vida laboral destacó por su dominio de muchos temas que a las empresas interesaban. Tantas horas de estudio le premiaron. Así que evolucionó rápidamente. En agradecimiento, me apoyó para que terminara la preparatoria, yo la había abandonado debido a mis relaciones con gente extraña. 

Entre ella y mi otra hermana me pagaron los primeros semestres de una prepa particular. Yo me hice de una beca casi completa a partir del tercer semestre y pude concluirla, para que años después me graduara en mi profesión.

Por mi parte, me sigue gustando ir al tianguis a comprar cuanta madre encuentro. Pero ella no. Ahora compra en grandes tiendas, cosas que no le sirven pero que le gustan, le enferma comer en la calle y prefiere los grandes restaurantes, un lujo que los dólares le permiten. 

Cuando viene a la ciudad, evita las zonas que le recuerdan lo que fuimos, se concentra en recorrer y tal vez conocer la parte bonita de la urbe. No la juzgo. La quiero tanto que me llena de emoción verla tan triunfadora. Sólo que, tal vez, le haría bien bajar, de vez en cuando, a sus raíces.

domingo, 6 de noviembre de 2011

El mismo

El sarcasmo se vuelve una defensa contra la indiferencia. El problema es cuando la vida te aplica la misma dosis que tú has repartido a lo largo del tiempo.

Cuando crees que has encontrado una pista y que debes seguirla porque todo apunta a que ese ser se acopla a ti, que existen coincidencias increibles, que es parte de tu mundo mágico. Y te sientes diferente, y te piensas diferente, y te comportas diferente, porque estás convencido de que lo eres.

Y te das cuenta de que tus marcas no se quitan, que te identifica ese signo que creías perdido, que pasarán siglos y seguirás etiquetado, por siempre, para siempre. El mismo. El que habías desterrado, el que debiste enterrar en una tumba de concreto. El mismo. El del espejo, el que se ríe de ti cuando dices que no tienes historia, el que te mira desde la ventana y te señala, y te acusa, y te descubre. El mismo. El que sabe todo de ti. El que se asoma cada vez que intentas dar la vuelta  a la página, sólo para que sepas que te mira, que está ahí. El mismo. El que te susurra al oído tus debilidades, el que te jala de la ropa cuando vas subiendo, el que te dice que todo está perdido. El que te dicta palabras para escribirlas en un blog que nadie lee.

Y vuelves a tener esa sensación semejante a cuando volaste por primera vez y no sabías cómo bajar. Y tuviste que gritar para que no te estrellaras contra el suelo. O aquellas veces en que te urgía despertar y le llamabas a alguien para que te ayudara y no te escuchaba; y sabías que estabas dormido porque mirabas tu cuerpo en la cama. Y tenías miedo de que el día amaneciera y tú no estuvieras contigo para continuar y pensabas que entonces todo terminaría.

Pero ahora no sientes miedo por ti, sino por ella,  porque sólo deseas el bien para ella, porque la amas. Y no puedes decirle adiós porque la amas y no puedes decirle que la amas, porque la amas.