domingo, 6 de junio de 2010

La Barbi

No recuerdo alguna fiesta en que haya llegado a saludar a la concurrencia, y menos, en que me haya despedido antes de salir. Ni siquiera del anfitrión.  Eso de los formalismos no son lo mío. Generalmente cuando se percatan de mi presencia es porque ya estoy en la barra tomando tequila; y así como llego, desaparezco.

Cuando Karla me preguntó a qué hora llegué, le dije: -tú sabes que no uso reloj, no suelo ser esclavo del tiempo, francamente me importa poco qué hora marquen las manecillas.- Así terminó aquella relación, en su fiesta de cumpleaños. Tampoco creas que le importó mucho, de hecho, no encontraba la forma de que terminara ese raro noviazgo. Hasta eso, le hice un favor.

En esa misma fiesta conocí a la Barbi. Llevaba unos mallones blancos que hacían notar más sus espléndidas curvas y un blusón semitransparente, llamaban la atención, además, sus chinos rubios y largos. 

Mientras tocaba un grupo de rock, bailamos y clickeamos como ella decía. Me llevó a su departamento, cerca de Ciudad Universitaria. Hicimos el amor toda la noche, mientras escuchábamos a Pink Floyd  y fumábamos mariguana.

Yo no sabía que la Barbi era novia del guitarrista del grupo, quien por cierto, era mi hermano mayor. Afortunadamente, él no se dio cuenta cuando la Barbi se salió conmigo y abordamos su vocho blanco. Al terminar de tocar la buscó. Preguntó a sus amigas si la habían visto, ellas sólo dijeron que la última vez la vieron bailando con un wey de negro y gafas oscuras. Ahora pienso lo genial que era la vida sin teléfonos celulares.

A la Barbi no la volví a ver jamás. Aunque varias veces he visto su cara en los promocionales de diversas obras  de teatro que se presentan en un famoso centro cultural. Te apuesto lo que quieras a que ni se acuerda de mí.