viernes, 11 de junio de 2010

Virtual


Cuando llegué al Sanborns de Coapa busqué con impaciencia a una chica con playera roja y jeans de mezclilla. Cuál fue mi sorpresa cuando la encontré. Ahí estaba, hermosa, alta, con unos ojos penetrantes, nariz pequeña, sensualidad en su boca. Una cintura perfecta, piernas largas y cabello rojizo. Cuando me vio, sonrió. Me acerqué a ella y nos dimos un beso prolongado, ni parecía que era la primera vez que nos veíamos. Nuestras manos no dejaban de recorrer nuestros cuerpos. Era sólo la antesala de lo que vendría en unos minutos después.


A Mary la conocí por Internet, ¿Alguien se acuerda del Messenger de Odigo? Nuestras primeras conversaciones eran de temas intrascendentes, del trabajo, de la familia. Hasta que un par de meses después de conversar del diario, hasta altas horas de la noche, nos animamos a vernos personalmente.


Recuerdo que me preguntó si había tenido sexo alguna vez en una primera cita. No, le mentí. Puede decirse que a Mary le debo mucho de lo que sé sobre el arte de amar. Le encantaba hacer el amor los sábados. Me citaba temprano y pasábamos todo el día en un hotel a la entrada de Xochimilco. Más de una vez, estando por salir, me regresó para “echarnos el último”  decía, llegó a pedirle al recepcionista que le prestara la llave de la habitación, que acabábamos de entregar. Si bien fueron geniales esos encuentros, que duraron más de tres meses, lo cierto es que nunca pude conocer algo más sobre ella, salvo que su mayor placer era dar placer.


Hasta que cierto sábado, después de bañarnos, quizá por  el vino tinto que tomamos, empezamos a charlar. Ella recostada, completamente desnuda porque también desnudó su alma, me contó de su niñez, lloró al recordar ciertos episodios, terriblemente dolorosos. Me habló de su papá, de sus hermanos, de lo sola que había crecido. Después se levantó. “Me encabrona hablar de esto, me encabrona llorar”, gritó. Se vistió y me dijo que nos fuéramos. Salimos. Se despidió de mí. Tomó un taxi. 
 
Fue el último día que nos vimos. Me bloqueó de sus contactos. Cambió el número de su celular. Me envió un último correo que decía algo como: “Decidí no vernos más, porque me hiciste sacar lo peor de mí, porque si empezamos a hablar de nuestros sentimientos terminaré enamorándome de ti y porque sé que más de la mitad de lo que me has contado es mentira, sé que terminaré lastimada. Qué pena,  me encantaba estar contigo, pero habíamos quedado que sólo sería sexo y yo, estaba incumpliendo”. Acto seguido, canceló su cuenta de email.