jueves, 7 de octubre de 2010

Cuántas otras manos

Ayer viajé en el metro. Sin libros que leer; observando a una pareja de jóvenes he vuelto a reconocer esas miradas que se encuentran, las manos que se tocan con deleite, que acarician el rostro del otro, de la otra, besos que callan. Y me recordé cuántas veces habían sido mis manos, mi boca las que protagonizaron esa escena. Y recordé también cuántas otras manos y bocas estuvieron con las mías. Y cada vez asegurando que, ahora sí, era la definitiva, la última. Qué risa, al paso del tiempo todas acabaron igual, todas. Como si algún escritor malévolo hubiera redactado un guión que se repite, en el que sólo cambia la actriz en turno. La estrella. ¿Recuerdas a Bill Murray en Groundhog Day? 

 No se me puede acusar de dejarme derrotar. Mi búsqueda ha sido continua, y mis experiencias hacen que no pueda dejar de recordar el poema de Oliverio Girondo:  "... Que tu mujer te engañe hasta con los buzones / que al acostarse junto a ti / se metamorfosee en sanguijuela / y que después de parir un cuervo / alumbre una llave inglesa...    ...Y que te enamores, tan locamente / de una caja de hierro / que no puedas dejar / ni por un sólo instante / de lamerle la cerradura".

Cerré mis ojos y me propuse que no existía el par de jóvenes que me generaron tantas historias en mi memoria. No necesariamente acabarán como yo, seguramente sus circunstancias son diferentes, por lo que podrían haberse encontrado en su ultimidad. No te enamores de la primera, enamórate de la última. 

Ajusté mis audifonos y me concentré en mi Ipod en el instante en que The Cure describía perfectamente mi sensación: "Suddenly I stop / But I know it's too late / I'm lost in a forest / All alone / The girl was never there / It's always the same / I'm running towards nothing / Again and again and again and again"