Diez de mayo es sinónimo de festivales idiotas en las escuelas primarias públicas. Los niños ensayan unas tres semanas ya sea una tabla gimnástica, un baile regional o la puta idea que se le ocurra a la maestra sindicalizada.
Desde que recuerdo he odiado esos pinches festivalillos de tercera. Nada tiene que ver el hecho de que por única vez me animé, (o me animaron) a participar en una tabla gimnástica, cuando cursaba tercer grado teniendo seis años. Ensayamos tanto que nos aplaudieron mucho en el patio de la escuela. Gustó de tal forma que nos inscribieron a un concurso delegacional, estatal y luego nacional. Yo decliné de participar en ese circo.
Cuando terminó el numerito en el festival, mientras aplaudían los compañeros y mamás, busqué con ansias a mi madre, quería recibir la felicitación por el esfuerzo que hice, porque no tuvimos ninguna equivocación y los movimientos que hacíamos eran parejitos. Todos mis compañeros estaban con sus madres, pero la mía no fue. Así que tiré los utensilios en un tambo, busqué mi mochila y me fui a casa.
Por eso me rehusé a seguir en el concurso y jamás volví a ser parte de semejante teatro.
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