Mi calle se ha vuelto un río turbulento de personas, las voces no se callan en ningún instante. De día y de noche hay alguien contando, hablando, gritando algo. ¿Es que todos tienen algo que decir? o es que asustan con ruidos al fantasma que, ingrato, obliga a pensar lo que pasa. A digerir la realidad. Unos buscando escapar de sí mismos, otros buscando al que fuimos. Delineando al que somos, al que deberíamos ser.
Los niños gritan, las palabras se escuchan hasta el interior de mi cueva. Ya no hay un sitio para mi encuentro diario con el silencio.
A las dos en punto me levanto del sillón y salgo a caminar con mi perro. Madrugada, frío, aire. Escucho a unas niñas que platican estruendosamente. Sus voces agudas son señal de que se trata de jóvenes. No deben estar lejos. Me encamino hacia la esquina de donde surgen las voces. Son tres chicas de unos diecisiete años, toman cerveza y fuman hierbas. Mi perro las asusta, —No muerde, no se preocupen, digo con certeza. Me miran aturdidas. Miradas difusas. —Si consiguen otro churro yo lo pago. Acceden. Me dan un cigarro un poco mal hecho. Les pido lumbre, lo enciendo y camino hacia el lado norte de la colonia. Al parque donde sé que nadie se atreve a ingresar apenas las luces se esconden.
Mientras fumo deseo escribir un intento de poema que hace tiempo traía atravesado, sólo tengo una servilleta sucia. En ella escribo:
Antes de tres días mirarás al cielo
notarás que ha desaparecido.
Ahondarás en tu estructura intacta
libarás en sacrificio mi sangre impura.
Gotas de tus ojos mojan mi esperanza
el agua me quema, sus trazos me matan.
No intentes perseguir los años no, no intentes
corren de prisa y jamás los alcanzas.
¿Has llorado últimamente?
mi trillado verbo se enciende en mi frente
Mira las paredes, anuncian tu suerte
calla, rompe, tira, llora, implora: sola.
Contínúo con un diálogo unipersonal que dejé pendiente la vez pasada: —A veces creo que no tengo remedio. Mis confundidas decisiones patean mi confianza. —A mí me cuesta más trabajo definir si soy una de esas personas que le hará feliz por haber aparecido en su vida, o cuando desaparezca de ella.
La memoria es un arma que a veces se vuelve contra uno mismo.
Como decía Bukowsky: "...la manera de terminar un poema como éste, es quedarse de pronto callado".
Y por mi parte, sigo su ejemplo.
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