¡Nunca tomas nada en serio! -me reclamaba siempre La Güera- y tenía razón. Desde que recuerdo, siempre me reía, la vida me daba risa. Pensaba que todas las cosas tenían arreglo, que las preocupaciones eran propias de los viejos. Aunque, entonces, escuchara el mismo reclamo día tras día.
Hasta que en algún momento, sin darme cuenta, mi cara cambió. Apareció la seriedad. Ahora pocas cosas me hacen reir, tal vez una buena película de Tin tan, o los discursos de los políticos que con desparpajo invitan a los campesinos a imitar al narco, o de plano burlarme de las cursilerías de las ilusas que se atreven a salir conmigo una noche o una tarde lluviosa.
¡Qué jodida vida! siempre con mi jeta como carta de presentación.
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