sábado, 30 de abril de 2011

Dedicatoria

Siempre pensé dedicar mi publicación número cien a una mujer muy especial. A alguien que durante largo tiempo ha sido el único vínculo entre mi profundo desinterés por el mundo y éste. Una mujer que lo mismo calma mis crisis de depresión, que las provoca.  Una mujer que ha sabido conservar la calma al tratar conmigo y hasta hacerse querer. Pero la publicación llegó y no hubo dedicatoria alguna, cosas de la imperiosa necesidad de escribir.

Ahora sería idiota tratar de corregir ese lapsus, producto involuntario de la sensación de que la noche llegaba a su fin, y yo, sólo quería escribir.

Escribir es la forma de expulsar ideas de la mente sin utilizar la oralidad. Y es que a ese acto de pronunciar palabras suelo darle un significado diferente. El mandamiento orad y orad sin cesar, me da luz de los alcances que resultan de dar voz a los pensamientos. Prefiero sacarlos de su lugar, es decir, transplantarlos de su estado natural, la mente, a un lugar sin vida, sin las condiciones para que sucedan, para que trasciendan, para que se desarrollen. No hay un sitio más inerte que el ciberespacio. Un lugar que es y no es. Que existe sin existir. Qué mejor lugar para estas palabras.

Me he regalado la posibilidad de escribir como un ejercicio de abandonar, sin remordimientos, las ideas estúpidas que suelen nacer en cierta parte de mi pensamiento. Esa parte rebelde que no se deja dominar por mi razón y que, necia, se aferra en parir pendejada y media. Es precisamente esa parte la culpable de que en este blog existan ahora ciento un entradas que lo más que pueden hacer es ayudar a, por lo menos, que te des cuenta que no eres la única persona con fantasmas que aparecen de día o de noche. Que habemos en el mundo bullendo, tal vez, cientos de vidas que luchan, que buscan, que indagan, que intentan, en fin,  que esperan encontrar respuestas ciertas y eternas.

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