viernes, 23 de septiembre de 2011

Intransigente

No sé extrañar, y sin embargo he extrañado. Tal vez no en la forma en que el grueso de las personas lo hacen, sino en la forma en que creo hacerlo yo. 

Extraño, por ejemplo, cuando leo el periódico. Cuando las teclas de mi vieja lap se escuchan incansables, poderosas, guerreras. Cuando escribo un mensaje de texto que sé que he de borrar. Cuando la noche se hace vieja y se cansa de esperarme. Cuando la madrugada me sorprende intentando recostarme para cerrar los ojos. Cuando manejo mi camioneta a altas velocidades. Cuando prendo el radio para escuchar voces diferentes a las mías, a las voces que me hablan sin parar, que me susurran al oído un nombre. Cuando miro de reojo el celular para confirmar que no hay ningún mensaje. Cuando busco a mi aliado a través de un cigarro, hierba sagrada, manto mágico y misterioso. Cuando le exijo a mi Ipod que repita la misma canción. Cuando sorprendo a los segundos marchando uno tras otro.

Y ya ves, mi forma de extrañar no es la gran cosa, es exigua. Carente de todo sentido, y aún así, es mi estilo: extrañar de un modo extraño, incomprensible. Estúpidamente intransigente. 

Y sobre todo, te extraño cuando recuerdo a Borges:

Habré de levantar la vasta vida
que aún ahora es tu espejo:
cada mañana habré de reconstruirla.
Desde que te alejaste,
cuántos lugares se han tornado vanos
y sin sentido, iguales
a luces en el día.
Tardes que fueron nicho de tu imagen,
músicas en que siempre me aguardabas,
palabras de aquel tiempo,
yo tendré que quebrarlas con mis manos.
¿En qué hondonada esconderé mi alma
para que no vea tu ausencia
que como un sol terrible, sin ocaso,
brilla definitiva y despiadada?
Tu ausencia me rodea
como la cuerda a la garganta,
el mar al que se hunde.

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