Ya sé que la soledad se refleja en la misma intensidad con que buscas
compañía. Quieres estar en medio de multitudes que se mueven y bailan al ritmo
de una música, gente que seguro está igual o más sola que tú. No trato de
fingir. Sé mis circunstancias y las acepto. Tampoco pretendo ser el mártir. He marcado la pauta de una vida, de una forma de ser.
Para qué perder el tiempo en pensar que esta historia deba tener un final diferente. Como si cada vez que leyera Primavera con
una esquina rota encontrara una conclusión distinta. No ocurrirá.
Vuelvo
a ser la causa, como siempre. El tipo raro, el que puede
saberlo todo y no saber nada. El que pasa de la euforia a una apatía
extraordinaria. Al que nada le importa. Al que sus ideas le llevan el
resto del día ponerlas en orden. Un extraño en su propia casa. El que se
sabe lejos. El que busca siempre lo imposible. El de las profecias.El que es, en principio, un enigma por resolver, y posteriormente un inaguantable.
No sé hablar de mis propias emociones. Tengo bloqueado el
ayer. Y mis mensajes parecen comprados. No trato de justificar nada. Mis
puertas se abren y se cierran, sin llaves. Sin chapa, sin candado. Soy volátil y cambio de parecer según cambien las horas del día.
Y cuando a lo lejos vuelvo a ver una mano que se estira, que quiere asirse, que quiere tomarme, como soy sabedor de mis finales idénticos, predecibles, circulares, prefiero dar la vuelta y dejar que esa mano encuentre otra, diferente a la mía. Una mano que no le suelte. Que sepa tener mejores finales que los míos. Tal vez el patético vivieron felices por siempre.
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