Si algún profeta me hubiera dicho que me encontraría en esta disyuntiva, me hubiera burlado de él. Claro, eso no sería nada raro, porque, en general, me he burlado de cualquiera que haga comentarios sobre mí. El sarcasmo se me introdujo como parte de mi código de programación desde mi creación.
Pero de lo que hablaba es de la pérdida de indiferencia. De pasar de la inmaculada adoración de mí mismo, al interés en alguien más. Bueno, ya: al interés en ti.
Misteriosas manifestaciones de las alteraciones universales. Uno jamás se termina de conocer. Ahora mismo veo al otro que fui, al que pude haber sido y no empiezo a conocer al que ya soy. Al Yo, al Yo de mí.
Y lo que temo es que mi tendencia sea a fingir que soy otro, quizá para agradarte, quizá porque realmente sea otro. O es que mis anteriores expresiones eran irreales, expresiones de una apariencia, de una sombra que se refleja en un mundo sin luces, en el mundo en el que he creído que vivía. Sombra viva, sombra inerte y testaruda.
No me queda sino esperar pacientemente para saber en qué termina esto y recordar a Borges que siempre tiene algo qué decir:
"La luna ignora que es tranquila y clara
y ni siquiera sabe que es la luna;
la arena, que es la arena. No habrá una
cosa que sepa que su forma es rara..."
y ni siquiera sabe que es la luna;
la arena, que es la arena. No habrá una
cosa que sepa que su forma es rara..."
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