sábado, 15 de octubre de 2011

Frutas amargas

He abandonado hasta mis vicios. No soy la clase de persona que se queda en un sitio para formar historia. Soy, más bien, de los que llegan, arden y se van. Arder significa ver, percibir que no hay lo necesario para una permanencia, si no eterna, por lo menos larga.

Dejo rastros para no perderme, dejo huellas que me señalen los pasos a retroceder, los pasos a dar para volver. Y dejo rastros que no se evaporen para recordar que no debo dar vueltas sin fin. Para indicar que aquellas son tierras conocidas y sin sentido.

Así, los senderos que se han abierto bajo mis pasos van siendo recorridos por otras mentalidades que están, también, en la búsqueda de algo. Y acaso algunos han encontrado lo que yo no fui sensible para observar. Por supuesto que hay quienes son más avispados y detectan, en los huecos sumidos en lo profundo, las respuestas a sus cuestionamientos.

Los encuentros ocurren así, desprovistos de razón. A veces uno tiene el tiempo de esperar y nada acude a nuestra convocatoria, en otras, las respuestas caen como relámpagos que incendian nuestras dudas, nuestros miedos, nuestras impaciencias.

A mí me gusta pensar que un día se borrarán las páginas escritas por las frutas amargas y ácidas; y quedarán sólo hojas nuevas para escribir los capítulos memorables de este sueño.

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