Siempre tengo que complicarlo todo. Las cosas más sencillas las vuelvo terribles crucigramas sin horizontales ni verticales.
Un día la maestra de cuarto de primaria no fue a la escuela, como no había algún maestro que la sustituyera, nos dejaron salir temprano. Paco, el gordito del salón, siempre llevaba un balón de futbol y decidimos organizarnos para ir a jugar en un empastado que estaba cerca de la escuela.
La mayoría de los alumnos vivíamos en las casas que rodeaban la escuela y muchos de ellos fueron a avisar a sus madres que no tuvimos clases, dejaron sus mochilas y salieron cambiados para ese juego. Yo, por supuesto, no hice eso. Así, con el clásico pantalón gris, camisa blanca y suéter verde del uniforme escolar me fui a jugar el partido. Cuando caminaba hacia el empastado una vecina me vio. Yo la saludé y seguí mi camino. Jugamos unas dos horas. Cuando uno es niño es incansable, no se sabe de condición física ni de agotamiento y menos, de horarios reglamentarios de deportes, simplemente, el juego termina cuando deja de ser divertido.
Cuando llegué a casa, mi madre estaba en la sala, apenas abrí la puerta y me recetó un chingadazo que alcancé a esquivar sólo porque mis reflejos para la defensa siempre han sido extraordinarios —órale, pues qué hice, le pregunté, mientras me alejaba un par de pasos para quedar fuera del alcance de sus cachetadas, —No te hagas, te fuiste de pinta, me dijo, avanzando para por lo menos pescarme del cabello. Hui, como pude, fuera de la casa y me brinqué por la barda de mi vecino a mi cuarto, que estaba en la azotea. Nunca le dije a mi madre que no me había ido de pinta, sino que la maestra no fue a trabajar.
Mi tendencia a enredarlo todo creció de una forma impresionante. A veces, en mi actividad dejo de hacer algo sólo para tener un conflicto que resolver. ¿no te parece algo estúpido?. De esa forma he pasado cientos de horas de mi vida resolviendo enredos, todos ellos causados por mí.
Creo que debería trabajar enredando el, tan rico, queso oaxaca.
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