No pierdo mi tiempo en infiernitos. Esa ha sido una de las pocas reglas que tengo como premisa. Pero, posiblemente, la que más rencores me ha obsequiado.
La primer mujer con la que viví era muy de estar al pendiente de su familia: hermana, padre y madre. Y aunque ella creía que tratar de resolver los problemas de los demás le hacían ser mejor hermana o hija, yo siempre le decía que perdía su tiempo. Que ella misma tenía asuntos que arreglar como para andar asumiendo cuestiones que ni le venían. Y es que una cosa es que, si te consultan algún asunto, tú puedas manifestar posibles soluciones, y otra muy distinta, tratar de convencer, señalar, o imponer lo que tienen qué hacer. Y peor aún, que si tampoco se te ocurre alguna alternativa, estresarte por ello. Así que como te puedes imaginar no duró mucho esa relación. Estábamos en líneas divergentes. Ella decía que yo era un egoista, incapaz de pensar en otra persona. Y mi respuesta siempre la misma; "¿Hay para ti alguien más importante que tú?". La única cuestión en que coincidíamos era en la cama. Eso sí, nos conocíamos tan bien en ese campo que era nuestra área de resolución de controversias. Finalmente ella decidió regresar a su seno familiar. Y yo me quedé solo en casa, justo en el año en que Miguel Ríos cantaba en el palacio de los deportes:
"Tantos años juntos
para comprender que hay que romper
que son dos extraños
que se conocen demasiado bien.
Los encontramos
cuando han empezado a repartir
los trozos del pasado
que acumularon al vivir..."
Lo mismo me pasaba con la gente que tenía a mi cargo en el trabajo. Diariamente entraban a la oficina a soltar minutos de quejas y señalamientos en contra de sus compañeros. Señalamientos que nada tenían que ver con cuestiones laborales, de procesos, mejoras, etcétera, sino que cabían en la categoría de asuntos personales. Cuando yo les hacía ver que ese tipo de problemas no estaban dentro de mi jurisdicción, ¡vaya! ni siquiera de mi interés, y además les demostraba como ellos mismos eran partícipes de las situaciones que exponían, se retiraban renegando según ellos en contra mía, pero desde mi perspectiva, renegaban y despotricaban contra ellos mismos.
Y es que hay tantas cosas por las qué esforzarse: lograr que me aceptes por ejemplo; o acabar de tener una salud impecable, que me parece un lamentable y desmedido desperdicio canalizar mi energía en cuestiones baladí. En lugar de concentrarla para alcanzar mis deseos verdaderos mediante actos poderosos.
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