jueves, 3 de febrero de 2011

Señas particulares

Si bien es cierto, con mi vida he dado giros inesperados. Tan imprevistos que hasta la gente que piensa que me conoce demasiado resulta sorprendida con los lados que van saliendo a la luz. Lados que han permanecido cubiertos tras la brillantez de otras caras que son más evidentes. 

Ayer tenía antojo de comer birria, como en una ocasión encontré en internet una receta muy buena,  me dispuse a cocinarla. Para comprar los ingredientes necesarios acudí a un mercado popular, -estoy en contra de comprar en las tiendas de autoservicio- debo mencionar que hacía mucho tiempo que no iba a ese mercado, principalmente porque hay otros más cercanos a casa. Compré la carne y me acerqué al puesto de frutas y verduras. La mujer que vendía me observó con curiosidad: "¿No te acuerdas de mí? soy Alicia". Entonces caí en cuenta: era y no era ella. No quedaba rastro de su bella cara. Ni sus enormes ojos reflejaban el brillo de antaño. Ya ni hablar de su cintura. En verdad que el tiempo hizo su trabajo en su persona. Cerca de ahí, su marido me veía con resentimiento. 

Me sorprendió al decirme: "Me acuerdo cuando me llevaste serenata con tu bola de amigos. Hubieras visto como se puso mi mamá, me regañó y me prohibió salir contigo, decía que eras una mala influencia y que seguro ibas a terminar drogo o en la cárcel. Que eras un vago, pandillero, sin oficio ni beneficio. Como me vio contigo cuando me esperaste fuera del bachilleres, me mandó a vivir con mi tía". -Ah, con que esa fue la razón por la que desapareciste de la colonia. "Sí", me contestó, "mi mamá estaba muy preocupada por la fama que tenías".

Regresé a la noche en que después de varias viña real, mientras cantábamos canciones del Tri, al ritmo de mi guitarra, de pronto me levanté, tome mi lira y dije: "voy a llevarle serenata a la Alicia". Todos se levantaron como impulsados por un resorte, sabían del carácter de doña Cata. Pero solidarios como sólo se puede ser a cierta edad, se unieron a mi idea. Llegamos a su casa y nos arrancamos con esa canción que dice: "...Más prendido que el sol / más obscuro que la negra noche / más profundo que el mar / más absurdo que la realidad / más ardiente que el fuego infernal / más inmenso que la eternidad / así es el vacío que se siente / cuando tu no estás...". Y si la memoria no me falla, terminamos cantando algo de Leo Dan, aunque no estoy seguro de la canción que sabía tocar de él. La serenata terminó cuando doña Cata salió a darnos las gracias por la atención.

Según me contó Alicia, hace un par de años, cuando su esposo fue despedido de una oficina de cobranza, compraron el negocio y entre ella y él lo atienden. Su suegra cuida de sus cuatro niñas y ella prepara comida por las mañanas. 

Me despedí, -Salúdame a tu mamá; dile que me viste; que terminé la carrera; que tengo un hermoso auto; una casa; un departamento; y un perro. Y que preparo una birria que la dejaría sin habla. Ella soltó la carcajada, por lo menos la risa no la extravió como pasó con sus otras señas particulares.

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