miércoles, 9 de febrero de 2011

Tardes de domingo

Como tantas otras cosas en la vida el ser feliz es una decisión personal. Y no podría ser de otra forma. Creo que uno aprende a tomar esa decisión cuando puede ser capaz de disfrutar hasta sus depresiones. 

Recuerdo las tardes de domingo en mi departamento, generalmente con resaca por la cantidad de alcohol ingerido en el fin de semana. La depresión como única invitada. Ventanas cerradas, las cortinas negras muy gruesas que impedían el paso del sol, como nubes que empañan el cielo. Penumbras. Miedo de estar vivo, incertidumbre de morir sin hacer algo notable. Lágrimas, pesar, ausencia. Pensamientos equivocados, pensar en ti, saberte lejos, ajena. Y Pink Floyd repetía por horas:

"...How I wish, 
how I wish you were here.
We're just two lost souls
swimming in a fish bowl,
year after year,
Running over the same old ground.
What have you found? 
The same old fears.
Wish you were here."

Horas en que la vida hacía una pausa. No tiempo, no espacio; mente viajera; tour al infierno; infierno de Dante. Holocausto. Resurección. Un buen día aprendí a gozar de esas sesiones y me satisfacía mi capacidad de depresión. Alcancé límites extremos y de pronto comprendí que había llegado a mi máxima expresión. Que no hay algo más allá de esa tendencia -aunque alguien insista en que siempre hay algo más allá de cualquier cosa-. Entendí que también la depresión me hacía feliz. Que la felicidad no depende de recibir tal o cual premio, de tener cerca a alguien, de comprar la mejor cháchara, sino de una determinación y que consiste en una forma de vida, libre, sin más causa que la causa propia.

Ahora si te tengo soy feliz, y también si no te tengo. Si me buscas, si no me llamas, si cambias, si eres la misma, si vives, si me ignoras, si me quieres.

No hay comentarios:

Publicar un comentario