Cualquier departamento es muy grande cuando vives solo. Llegar sin compañía en las noches del fin de semana, suele ser más deprimente que una boda. Así que cuando esto me ocurre procuro embriagarme antes de dormir, como si el alcohol sirviera de atrapasueños, aquellos objetos que los indios norteamericanos utilizaban para que los niños durmieran y tuvieran sólo sueños bellos.
Mañana se cumple un año más de que vivo en este lugar. La sala ya la he cambiado tres veces y aún me sigue pareciendo inapropiada. Mi sillón reclinable es el único lugar que realmente me hace dormir. A lado derecho tengo una mesa de centro donde descansa la botella de tequila Don Julio, un vaso y un par de libros a medio leer.
Es cierto que tengo una pantalla plana de cincuenta pulgadas, empotrada en la pared, un equipo de audio con bocinas wifi en toda la sala, y que mi recamara cuenta con cama king size y jacuzzi con masaje. Sin mencionar que en mi cajón de estacionamiento luce un magnífico deportivo rojo. Pero nada de ello satisface a una mente en discordia. Podría vivir en un cuarto de dos por dos y seguramente sentiría la misma opresión cada vez que me descubra solo.
No estoy muy convencido si todo ello explica mi obsesión por buscar amores fugaces, o más bien sea la causa por la que me esfuerzo en alejar todo aquello que implique compromiso. Para que de esta forma, permanentemente, me invada este estado.