Mientras escucho los sonidos de la guitarra y la batería en el ensayo de esta banda, que intenta impregnarme de punk, escribo poemas que jamás publicaré. Que jamás saldrán de la papelera de reciclaje de mi vieja lap. Mis dedos parecen tomar su propias decisiones y asestan golpes de tecla para derramar la ronda de palabras que, burlonas, se asoman en varias páginas, sonríen y se esconden. Andanada de metralla entre verbos y sustantivos. Adjetivar los sentimientos no hace más fácil su reflexión.
Aun sabiendo que no serán leídos por nadie, me hago cargo de eliminar todo rastro, matando absolutamente la posibilidad de que alguien la identifique, a ella, a quien con dogmas e imágenes gastadas se retrata en cada verso, en cada renglón. No quiero pecar de paranoico pero siento pánico de verme descubierto, de saberme vulnerable si acaso salen a la luz mis obsesiones, o mejor dicho, "la sujeta" de mis obsesiones. Cómo volverla a mirar a los ojos, cómo decirle lo siento, si mis pensamientos más sucios afloran cuando la pienso.