miércoles, 18 de agosto de 2010

Equidistante

De nuevo esta sensación que se manifiesta imparable, entre mi pecho y mi frente. Una opresión que recorre alternadamente de uno al otro. Punza, hiere, incomoda. Presagio de que todo acabará en un cerrar de ojos, tal cual como empezó. 

Siempre es igual, primero gran júbilo, similar al periodo de manía de un bipolar, todo parece extraordinario, tu voz, tu aroma, tu presencia, tu recuerdo. Deseos de estar contigo a toda hora: mensajes al celular, correo por la mañana y chat por las noches. Hacerte el amor significa lo mismo que respirar, es indispensable, inevitable. Oxigenar el alma.

Apareces de repente, aunque te encuentres lejos, es cuestión de mirar un punto y estás ahí. Sonriendo. Inescrutable. Tiempo detenido.

Luego, ocurre que nos descubrimos, encontramos lo que nos hace diferentes, lo que nos distingue al uno del otro, tal vez una idea, una fijación disfrazada de principios. Algo capaz de transformar la dicha en sospecha o, en caso de tener suerte, en melancolía, en incertidumbre. Es a lo que algunos llaman abrir un paréntesis. Alguna vez, con presuntuosa elucubración, argumenté que los paréntesis se cierran, de lo contrario son inexistentes. Por esa razón sé que al cerrar el nuestro acabará la historia, volverán los sujetos y predicados a su cajón original, sin verbos ni adjetivos. 

Y entonces se ha manifiestado esta sensación imparable entre mi pecho y mi frente; claro, la pugna eterna entre el sentir y la razón. Y sé que la razón y el entendimiento harán que no te vuelva a ver, ni a pesar de que fije mi mirada en un punto equidistante entre tu recuerdo y tu cuerpo.