sábado, 14 de agosto de 2010

Un breve silencio

Gaby me llamaba por teléfono cada vez que se sentía asustada por los efectos de la marihuana, solía esconderse en el clóset de su casa y esperar a que llegara para acompañarla en ese trance. Generalmente tenía que brincarme por una ventana de su recámara. Su casa, ubicada en un lujoso fraccionamiento, no era lo que se puede llamar muy segura. Su madre llegaba después de las once de la noche, al terminar su turno en el hospital donde trabajaba como enfermera. No se me puede culpar de su adicción, por el contrario, siempre hice lo que pude por ayudarle, pero la soledad y el exceso de recursos económicos la originaron.

A pesar de todo, nunca me aproveché de sus circunstancias, aunque su cuerpo y su cara me volvían loco desde el día que la conocí, siempre pudo más el sentir correcto. Fue en una fiesta en que alcohol y alguna medicina para la migraña nos llevaron a besarnos y algo más. Después de ese día todo volvió a la normalidad. La última vez que hablamos me invitó a su boda. Obviamente no fui.

Puede decirse que lo que más recuerdo de ella son sus largas sesiones de silencio. Un breve silencio es la prueba más grande de lo lejos que pueda llegar cualquier relación. Si puedes estar en silencio con alguien, si no sientes esa necesidad que te embarga por preguntar, por quererte enterar de su mundo interior, entonces, existe una gran posibilidad de que estés con la persona adecuada.