viernes, 21 de enero de 2011

Estética canina

La blusa empapada lo mismo que el resto de su ropa. Toma una cubeta con jabón, hace espuma removiendo el agua con su mano. Con un recipiente, de crema alpura, enjabona al perro que dócilmente se deja bañar: refrescante momento en este día de calor. 

Martha se esfuerza en hacer bien ese trabajo. Estética canina fue lo único que se le ocurrió que podía realizar en su casa cuando Roberto la abandonó con sus dos niñas. Aquel cabrón se clavó con una chava de unos veintidós años que entró a realizar su servicio social en la clínica dental donde él, dentista especializado en no sé qué madres, hacía de jefe. Por eso la promovió para que se quedara a trabajar con él. No tardó en llevarla al hotel y de vez en cuando tenían sexo en la clínica, antes de salir. 

Martha dejó la Facultad de veterinaria cuando se embarazó. Decidió que era mejor que Roberto terminara la carrera, estaba a punto de graduarse; y ella, cuando las cosas mejoraran, podría concluir sus estudios. Nunca sucedió.

Aunque económicamente no padecían, su relación se fue deteriorando. Roberto siempre nos decía que se casó por pendejo. Y nosotros, en las borracheras, le decíamos que debería considerar a su mujer. Es cierto que después del embarazo perdió su espléndida figura y quedó poco menos que obesa. Pero era buena persona. Cuando nos invitaba a su casa nos preparaba algo para cenar y nunca escuchamos queja alguna por nuestra presencia. Amén de que cuidaba a las niñas con esmero.

Al día siguiente de festejar el cumpleaños de su hija mayor, Roberto se despidió. Cargó sus cosas a su x trail  y partió. 

El perro se sacude nuevamente, el agua entra en los ojos de la mujer, que valientemente, continúa enjuagando al animal. Respira. Se limpia el rostro y voltea a la puerta de la casa, donde una pequeña de cuatro años le grita: "Mamá, ya está hirviendo la sopa". Y Joaquín Sabina canta en una pequeña grabadora: "Trepo por tu recuerdo como una enredadera / que no encuentra ventanas donde agarrarse / soy esa absurda epidemia que sufren las aceras / si quieres encontrarme, ya sabes donde estoy. / Vivo en el número siete, calle melancolía. / Quiero mudarme hace años al barrio de la alegría. / Pero siempre que lo intento ha salido ya el tranvía / y en la escalera me siento a silbar mi melodía".

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