Pensándolo bien uno es su destino, su barco y su tripulación.
Uno es su destino desde el momento en que se ha dotado de libre albedrío, de la facultad de elegir el camino, marcar el curso, ya sea teniendo, o no, una brújula correcta. Funcional. Confiable. Al fin y al cabo la brújula sólo es un instrumento, pero el destino estará previamente elegido, por cada quien. De lo contrario sería navegar en círculos, con resultados obvios.
Uno es su barco y decide qué tipo de embarcación será: ya sea un gran trasatlántico o un pequeño bote que a veces hace agua por la proa. Cada uno de ellos se desliza en aguas acorde a su tamaño, un trasatlántico enorme no podría navegar en un pequeño lago, sino en un océano, agua por doquier, por eso sus travesías son largas: grandes desafíos. O el caso contrario en extremo: una trajinera, para trasladarse en acaso un canal. No llegará muy lejos.
Uno es su tripulación. Lo más importante de cualquier nave, quien realizará las maniobras para que no se hunda, para que se logre llegar a buen puerto.
Y entonces, ¿cómo culpar a los otros de nuestras derrotas, de nuestros encallamientos, o peor: de nuestros naufragios?
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