¡Diablos!, anoche tenía una gran historia que contar. Pero ahora sólo me salen palabras huecas que no causan mayor efecto cuando las leo. He preferido borrar y borrar cada renglón sin sentido.
Acaso quería escribir de la complejidad de las relaciones de dos mentalidades que se adhieren, que se usufructúan: ¿Qué opinión guardo de ti? ¿Qué opinión guardo de mí? o más difícil: ¿Qué opinión guardo de mí, respecto de ti? Sin embargo, estoy empezando a contar la historia de un Dios que quiso sentirse humano:
Amaba tanto a los humanos que vivió con ellos, a su estilo y dejó su vida de Dios. Conoció del odio; del rencor; de la envidia; de los celos; de la traición; de la pobreza; de la desesperanza; de la mentira; de la sospecha; de la enfermedad; en fin, que estuvo a punto de conocer la muerte. Los Dioses saben que la muerte sólo existe para los humanos, que la vida es eterna. Y ese fue el golpe que lo sacudió, el extremo que necesitó para recordar que él era Dios, causa única para sí. Y recordó que podía tenerlo todo, que podía cumplir todos sus buenos deseos.
Entonces se despidió de los humanos, no dejaba de amarlos, pero ahora se amaba más a sí mismo.Y recuperó su esencia. Y dejó de luchar contra su propia naturaleza. Y recibió lo que por derecho le corresponde. Y se decía a cada hora que si una sola de las personas que tanto amaba había aprendido un poco del mensaje que él transmitía, el paso por tremendo infierno habría valido la pena.
Ahora, después de haber confesado que originalmente quería escribir de algo tan distinto, me pregunto: esto lo debo ¿publicar o no publicar? eh ahí el dilema.
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