lunes, 4 de abril de 2011

Mi boca fue la llave

Nunca me preocupó no ser el más guapo del grupo. Pronto me dí cuenta que si bien era cierto que tenía amigos mejor parecidos, también lo era que mi habilidad para hacerme de chicas era mayor que la de ellos. Ahora que lo pienso, la poesía de grandes escritores me acercaron a una infinidad de mujeres, sin demeritar mi facilidad por recordarlas y susurrarlas a sus oídos. En cierta forma esa consecuencia fortaleció mi gusto por leer poesía, y en general, por leer.

A qué adolescente no le movería el piso si alguien le escribe, por ejemplo de Andrés Eloy Blanco: "No sé si me olvidarás,  / ni si es amor este miedo;/ yo sólo sé que te vas, / yo sólo sé que me quedo". 

Cuando cursé la prepa ya tenía en mi repertorio al buen Benedetti, Incluso a Antonio Plaza, y solía repartir a las compañeras guapas algunos textos como: "Porque eterno será mi amor profundo, / que en ti pienso constante y desgraciado, / como piensa en la vida el moribundo, / como piensa en la gloria el condenado". 

Siempre tuve la confianza en que lo difícil era lograr un beso, sabía por experiencia que eso era suficiente para transmitir pasión, deseo, incluso amor. Mi boca fue la llave para abrir puertas muy cerradas.

Luego, años más tarde, me encuentro con una ausencia de letras que me ayuden a decirte qué pasa por mi interior cuando te evoco, cuando te escucho, cuando te veo. Y es que es un laberinto de sensaciones apenas controlable que salta de eco en eco, rebota, vibra y se sacude para intentar ocultarse, bloquearse. Lo peor de todo es que no sé si aún funciona el poder de mis labios. Están sin uso, desde hace un tiempo.

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